jueves, 26 de julio de 2012

orgullo mediterráneo

No hace tanto tiempo ser anglosajón resultaba exótico dentro de la élite ciclista. Recuerdo mis tiempos de carreras de chapas y ciclismo en la radio y entonces los Lemond, Roche, Kelly o Phil Anderson eran elementos extraños y singulares dentro de un mundo dominado, básicamente, por los corredores de la Vieja Europa continental, salpimentados, eso si, con la excepcional generación de colombianos que encabezaban Fabio Parra y Lucho Herrera. 

Luego llegó Hampsten y su victoria en el legendario Giro del 88, en un equipo americano -7 Eleven- y los dos años posteriores en los que Lemond conquistó el Tour de Francia. Poco a poco el exotismo devino en costumbre. En 1993 un semidesconocido Lance Armstrong se proclamaba campeón del mundo en ruta. Seis años después, después de superar un cáncer, aquel insolente y ambicioso muchacho de Texas conquistaba su primer Tour de Francia e iniciaba la dinastía más larga que ha conocido la ronda francesa, extendiendo su dominio sobre la misma durante siete largos años. Cuando después de la edición de 2005 decidió poner fin a su reinado y a su carrera profesional, la invasión se había completado. Siete años después de aquello, la presencia del mundo anglosajón (si entendemos como tal a los británicos, americanos y australianos) dentro del ciclismo profesional no sólo ha adquirido carácter de normalidad, a día de hoy, son los dominadores de todos los estratos de este deporte, empezando por el máximo responsable de la UCI, el nefasto McQuaid, nacido en Dublín, y terminando por fabricantes de bicis y ropa especializada. Tal es su preponderancia que el ícono más reconocible del ciclismo mundial, el maillot amarillo del Tour de Francia, ha sido, hasta este mismo año y desde los tiempos de Armstrong, diseñado y comercializado por Nike.


Wiggins gana el Tour, los anglosajones dominan el mundo

La "anglosajonización" del ciclismo, dudarlo sería de necios, negarlo inútil, ha supuesto una mejora sustancial en diversos aspectos, sobre todo los relacionados con la evolución técnica de las bicicletas y con la preparación física. Sin embargo en otros ha supuesto, si no un paso atrás, si al menos una pérdida de identidad respecto al ciclismo de la old school. Porque al desembarco tecnológico le ha acompañado un desembarco ético y moral que ha acabado imponiéndose como la única forma correcta de hacer las cosas, por otro lado una idea muy anglosajona, también diría que germana. Ese extraño concepto de fair-play del que hemos visto diversas muestras en los últimos Tours sobre todo y que tiene más de comportamiento mafioso revestido de falsa deportividad que de verdadero código ético (¿en qué circunstancias se para la carrera? ¿quién decide a quién se espera? ¿por qué a unos si y a otros no? ¿dónde está el límite que establece lo que son circunstancias de carrera y lo que no?) es el máximo exponente. Y lo peor no es éste cuestionable e hipócrita proceder, lo peor es la tendencia maniquea de arrogarse para ellos mismos la altura moral que acaba convirtiendo a todos los que no les sigan en villanos gentiles. 

Pero no es sólo en esta faceta del ciclismo donde la mano sajona se hace notar. Lance Armstrong y sus chicos del US Postal impusieron una forma de correr que ha acabado transmutando en la manera más eficaz de competir. A saber, llegar al dominio por acumulación de talento. Sin riqueza táctica alguna, sin matices, sin dobleces ni aristas, sin escarceos. Se trata de juntar a 8 o 9 corredores de enormes capacidades y bloquear la carrera, no permitir nada, no hacer nada hasta que el Gran Jefe decida sentenciar. Obviamente esta manera de correr tiene su mérito, necesita, para empezar de un bloque cohesionado donde los egos individuales, al menos todos menos uno, se aparquen a un lado en aras de un bien común y ¿mayor? Por otro lado se necesita una punta de lanza que, como Lance, remate una y otra vez el trabajo de sus gregarios. El problema viene, como siempre que surge un modelo ganador en cualquier deporte, cuando se pretender imitar y se acaba derivando en una extraña perversión del original. ¿Cuántos aspirantes a US Postal hemos visto en la última década? Y no sólo en el Tour de Francia. Equipos construidos para dominar por completo ciertas carreras y que acaban sobrepasados, devorados por su propia grandeza. Y sin embargo no es eso lo peor que podría pasar, no al menos desde el punto de vista del aficionado, porque el problema surge cuando no se sabe correr de otra manera y se pierde la capacidad de correr a la contra, de generar situaciones incómodas y complicadas de manejar para esas grandes escuadras, de diseñar complejas tácticas que acaben transformándose en verdaderas escapadas. Manolo Saiz, un tipo que jamás fue de mi agrado y que de hecho me resulta de lo más siniestro en general, me parece un excelente exponente, sin embargo, de esta forma de correr sabiéndote inferior pero a la vez, y quizá por eso mismo, poseedor de ciertos recursos únicos y singulares. ¿Cuánto hace que no vemos una maniobra colectiva contra un gran capo como la que montó ONCE contra Indurain en el Tour del 95? Porque lo que si hemos visto, de sobra, es a equipos derrotados por su propia falta de grandeza y por su limitación a la hora de generar recursos con los que competir.

Resumiendo, que esto se me está yendo de las manos. Británicos, americanos, australianos... sean bienvenidos todos al gran teatro mundial del ciclismo, pero no nos impongan su manera de hacer las cosas, su way of life. Porque a medida que su proceder deriva en totalitarismo, nuestra resistencia y antipatía por su modelo crece de forma directamente proporcional y nos obliga a volver la vista a lo que ya había antes de que llegasen a esta fiesta, cuando franceses, italianos, belgas, holandeses y españoles no sólo constituían la inmensa mayoría del pelotón internacional, también compartían una forma de actuar donde lo que ahora es "juego sucio" se llamaba picardía y estaba asumido por todos como una regla más del juego, donde los avituallamientos podían ser territorios de lo más hostiles, donde nunca se esperaba por un pinchazo o una caida, donde aquel que se sabía inferior buscaba el punto débil del que era superior para atacarle donde más le pudiese doler. En definitiva, un ciclismo mucho más entretenido y rico del que su modelo propone, un ciclismo cocinado al calor de un siglo de Historia, de gestas irrepetibles, un ciclismo edificado a base de inspiración y genialidad, como suelen suceder algunas cosas a orillas del Mediterráneo.