lunes, 27 de junio de 2011

el Tour de Francia y su boda lesbiana

Me estaba acordando antes de escribir este post de uno de los capítulos más recordados de Friends. En él, Phoebe es “poseída” por el espíritu de una anciana que se resiste a dejar este mundo sin haberlo visto ABSOLUTAMENTE TODO. Por no dilatarme mucho con este tema, que esto es un blog sobre ciclismo y no sobre televisión, el espíritu de la buena mujer sólo abandona el cuerpo de Phoebe cuando asiste a la boda entre Carol, la exmujer de Ross, quien además ejerce de padrino, y Susan, la novia lesbiana de aquella al grito de “ahora si que lo he visto todo”. 

Pensaba en esto porque probablemente de todas las situaciones embarazosas, peculiares y extravagantes a las que se ha enfrentado o se pueda enfrentar en estos tiempos convulsos el Tour de Francia, la de esta edición puede que sea la única que nos faltaba por ver.

Recapitulemos: Año 2006 el ganador, Landis, es desposeído de su triunfo después de dar positivo por testosterona tan sólo cuatro días después de terminar el Tour. El ganador pasa a ser un outsider, Óscar Pereiro, a quien en la etapa con final en Montélimar le dejan coger el maillot amarillo después de que hubiese perdido treinta minutos en los Pirineos.

Año 2007. Michael Rasmussen, quien también se había beneficiado de cierta permisividad por parte de los favoritos en la primera llegada en alto, ésta en Tignes, para convertirse a cuatro días del final en virtual ganador del Tour, es expulsado de la carrera por su propio equipo al saberse que un mes antes había mentido a la UCI para evitar un control antidoping sorpresa. El liderato pasa entonces a un debutante Alberto Contador que logra mantenerlo en la contrarreloj final frente a Evans y por el escaso margen de 23 segundos.

Año 2008. En una decisión cuando menos controvertida, ASO, como organizado del Tour de Francia, decide dejar fuera de la carrera a Astana, el equipo por entonces de Alberto Contador, como castigo por los casos de doping de Vinokourov y Kashechkin un año antes, el primero en el transcurso de la prueba. Curiosamente, en el momento de ser excluido, ninguno de los dos corredores kazajos formaban parte del equipo. Contador consigue ese año proclamarse vencedor de Giro y Vuelta. El Tour de Francia es para Carlos Sastre.

Año 2010. El año de la cadena de Andy. El año del filete. Andy Schleck logra llegar a los Pirineos como líder de la carrera con 31 segundos de ventaja sobre Alberto Contador. Sin embargo parece una ventaja escasa para defenderla en la contrarreloj final así que en la etapa que acaba en Luchon, ataca subiendo Balès… pero se le sale la cadena y tiene que detenerse a colocarla. Contador, que había salido al ataque de Andy, le pasa y le deja. Luego declararía que no vio que tuviese problemas pero desde numerosos frentes se critica la actitud del madrileño. En meta le saca 39 segundos, así que es líder por tan sólo 8 segundos. En la crono final, un desconocido, por débil, Contador sólo es capaz de aventajar en 31 segundos a Andy Schleck por lo que se proclama vencedor del Tour por 39 segundos… justo la diferencia que había obtenido el día de Luchon, el día de la cadena. 

¿Vencedor? Pues han pasado once meses desde entonces, en menos de una semana habrá echado a rodar el Tour de Francia 2011 y aún no se puede asegurar que sepamos quien es el ganador de la edición del 2010. Es más, podría darse el estrambótico caso de que Contador ganase el Tour de este año pero en agosto le desposeyesen de ambas victorias. El caso de su positivo por clembuterol, mil veces analizado, otras tantas comentado, aún permanece sin resolver y será, aparentemente porque los plazos de este asunto son cambiantes, en agosto cuando el TAS pronuncie una resolución final.

Así que  en estas andamos, esperando que empiece un Tour en el que el máximo favorito está ya no bajo sospecha si no enjuiciado y al que sólo los incompresiblemente dilatados procesos de la justicia deportiva han rodeado de la densa bruma de la sospecha y alejado de la imprescindible certeza de la sentencia. Esperando que empiece un Tour del que, antes de empezar, ya sabemos que puede que no valga nada dentro de dos meses. Sea como sea, tengo la sensación de que con este asunto ya lo hemos visto todo. Como la anciana de Friends en la boda lesbiana.

viernes, 24 de junio de 2011

el insignificante triunfo de los mediocres

Aunque nunca sabremos la verdadera historia de aquella foto, aunque es imposible que ya sepamos quien le dio el bidón a quien (¿o era una botella de agua?) dicen que Coppi bebió primero y luego le tendió la mano a Gino y con ese gesto y tres palabras, “Toma Gino, bebe”, selló el final de una enemistad que no era tal y de paso nos regaló una de las imágenes más icónicas del ciclismo y me atrevería a decir que del deporte de todos los tiempos.

Desde que descubrí esta foto, no puedo precisar cuando sucedió eso, puede que hace diez años, tal vez quince, se convirtió en el símbolo de lo que de singular tenía el ciclismo para mi, de aquello que le convertía no sólo en un deporte diferente sino en un deporte mejor. La simbología entiendo que es obvia y los conceptos a los que va asociados esa fotografía igualmente identificables. La solidaridad y la camaradería en el sufrimiento por encima de otras consideraciones, porque uno no puede olvidar que incluso en el transcurso de la más feroz competición contra el más secular de los enemigos, un ciclista compite primero y puede que en definitiva únicamente contra sí mismo.

Siempre que he salido con la bici a la carretera, en mayo hizo veinte años de la primera vez, he llevado esa idea del ciclismo conmigo. Cuando al cruzarme con otro ciclista nos saludamos aunque sea con un leve gesto de la mano o alzando las cejas me siento parte de algo especial. Cuando encuentro a otro cicloturista parado en la cuneta siempre aminoro la marcha para comprobar que no necesita ayuda, aunque sea logística. Camaradería. Solidaridad. Desafío siempre pero nunca por encima de lo que el ciclismo representa.

El pasado 8 de mayo salí, como tantos otros fines de semana, a rodar con mi hermano. Después de algo más de un mes exprimiéndonos por la Sierra madrileña con un viaje a los Alpes en julio como objetivo final de ese exigente entrenamiento decidimos volver al carril-bici de Colmenar. Debíamos llevar unos cincuenta kilómetros cuando mi hermano metió la rueda en una junta de dilatación, la bicicleta le culeó a la izquierda y terminó cayendo hacia la derecha. Aunque en apariencia era un golpe intrascendente lo cierto es que tardó más de cinco minutos en poder volver a subirse a la bici… y menos de otros cinco en comprobar que le resultaba imposible pedalear. Decidimos entonces que yo iría a por el coche y él me esperaría en algún punto intermedio al que pudiese llegar andando para que le recogiese. Cuando me reuní de nuevo con él me contó, no sé como de decepcionado, desconozco cuan triste, que en el breve trayecto que separaba el lugar donde le había dejado solo del lugar donde me esperó ningún cicloturista de los muchos que en ese mañana, a esa hora transitaban el carril-bici se molestó siquiera en aminorar la marcha para preguntarle si estaba bien, que necesitaba, pese a que caminaba junto a la bici, no encima. Pese a que las señales de haber sufrido una caída eran visibles en los manchones que lucía el maillot. Ninguno. Nadie.

Vino este suceso a confirmar lo que hasta entonces había sido tan sólo una sospecha poco precisa sobre el nuevo cicloturismo del siglo XXI basada en la observación de pequeños gestos, de sucesos aparentemente inocuos. Ese grupito con el que te cruzas y nadie saluda. Ese ciclista que está parado en la cuneta arreglando un pinchazo sin que los diez cicloturistas que han pasado antes que tú le pregunten si necesita ayuda (quince minutos antes de que se cayese mi hermano habíamos estado ayudando a un chaval que tenía la cubierta rajada a quien nadie se había detenido a preguntar). Esa grupetta que te silba y casi sin tiempo te pasan a toda velocidad tanto por la izquierda como por la derecha.

El boom económico de la segunda mitad de los 90 junto al incremento de la seguridad vial para los ciclistas y cierta visión de mercado de los fabricantes de bicicletas posibilitó el crecimiento exponencial del ciclismo aficionado y del cicloturismo. De buenas a primeras ese ciclismo de élite estaba al alcance de la mayoría. En este contexto surgieron marchas y carreras donde los aficionados pueden transitar por los mismos escenarios que recorren las grandes carreras profesionales. Y en este contexto surge un tipo de aficionado, de cicloturista, que da rienda suelta a sus frustraciones intentando ser el rey tuerto del país de los ciegos. Entrenan duro, se alimentan bien, llevan los mejores materiales y conocen todas las novedades que surgen en el mercado. Todo esto me parece perfecto, tan respetable como cualquiera que vive con pasión una afición. Sea la que sea ésta.

Y sin embargo, desde mi sillín de globero con algunos kilos de más, con mis piernas sin depilar y mi bici Orbea de mil trescientos euros me permito despreciar a este tipo de ¿aficionado?. Porque podrán hacer la Quebrantahuesos o la Perico Delgado, incluso clasificando bien, pero están en el extremo opuesto de lo que de puro y perfecto tiene el ciclismo. Porque su ciclismo no es el mío. Y porque ellos nunca le hubieran dado el bidón a Gino. Y eso retrata a la perfección cual es su lugar en la historia de este deporte. Están fuera de la foto. De todas las fotos.

lunes, 20 de junio de 2011

el valor de los símbolos

Hace unos meses, buscando información sobre el recorrido de la Paris-Roubaix de este año, di con una sorprendente noticia, más bien con el eco de un rumor: la edición de 2011 no pasaría por Arenberg. De haber sido cierto, hubiese sido la cuarta vez desde que se incluyó por primera vez en el recorrido, allá por el año 1968. La diferencia con las tres anteriores ocasiones en que La última locura del ciclismo esquivó el Bosque de Arenberg es que entonces fueron tareas de mantenimiento del adoquinado lo que impidieron su paso. En esta ocasión era una decisión meramente estratégica, táctica.

Ardieron los foros entonces con la amenaza del cambio y en pleno delirio febril por la herejía supuesta se insinuó que ASO deseaba una carrera más suave para atraer a un espectro mayor de potenciales candidatos. No creo que fueran por ahí los tiros porque lo cierto es que rememorando las últimas cinco ediciones de la Gran Clásica, ninguna de ellas se decidió en Arenberg, tan lejos de Roubaix, con tanto adoquín de por medio. Como mucho se rompió momentáneamente la carrera pero nadie inició su viaje sin retorno en Arenberg, ni siquiera cerca.

Entonces ¿a qué se debía tanto revuelo? Porque lo cierto es que a mí mismo me indignaba la sola posibilidad de presenciar una Paris-Roubaix sin Arenberg. Concluí entonces que no era la merma del valor deportivo que la supuesta ausencia del paso por el bosque más famoso del ciclismo provocaría lo que nos indignaba. Era algo mucho más profundo y por ello mismo más doloroso: Era el menosprecio a un lugar sagrado.

El ciclismo es uno de los deportes más apegados a su mitología, será porque los escenarios nunca cambian, porque el Galibier, el Tourmalet, La Redoute, el Poggio o Arenberg están ahí desde mucho antes de que ninguno de nosotros fuésemos conscientes de su existencia y de lo que es más importante, de su trascendencia. Será porque en las historias que trascendieron el paso del tiempo convirtiéndose en leyendas, el lugar en que acontecían formaba parte activa de la propia historia. Será porque sólo en el ciclismo el aficionado comparte escenario con el deportista (¿se imagina alguien poder jugar en el Bernabéu o en el Madison Square Garden cuatro horas antes de una final? En el ciclismo puedes subir el Alpe d’Huez dos horas antes del paso de la carrera). Quién sabe, los factores probablemente sean innumerables y un poco de cada uno de ellos resulte ser la explicación pero lo que resulta innegable es que el aficionado al ciclismo profesa una especie de respeto reverencial, algo místico incluso, hacia ciertos lugares cuyo valor hace tiempo que trascendió el meramente deportivo para alcanzar la categoría de símbolos. En esa categoría hace tiempo que entró el Bosque de Arenberg y de ahí el revuelo. No se estaba tomando una decisión deportiva, se estaba profanando un lugar santo. Lo primero está sujeto a debate, lo segundo es inadmisible.

¿Y por qué? Pues creo que la respuesta habría que buscarla en la trascendencia que en el ciclismo tienen ciertos símbolos. Y ahora ya no me refiero simplemente a lugares específicos. Nadie concibe que el líder del Tour de Francia de repente vista de azul o que el propio Tour se corriese en octubre. El maillot amarillo y el mes de julio son rasgos definitorios de la identidad del Tour de Francia. Y alterar esos símbolos me temo que sólo contribuye al extravío del aficionado, a que éste pierda su capacidad de identificación con la carrera y por tanto, el interés por la misma. Los símbolos no son más que la representación física de una idea abstracta pero por ello mismo son los que facilitan esa identificación, en este caso del aficionado con la carrera, los que impulsan el sentimiento de pertenencia a algo que es y nos hace especiales. Y relativizar su trascendencia, sino en el aspecto deportivo, si al menos en el ánimo del aficionado acaba siendo interpretado por éste como una agresión a la misma esencia de aquello que siente como parte de sí mismo y que al mismo tiempo le une a los demás. Profanar, por tanto, uno de esos lugares sagrados del ciclismo equivale a escupir en una bandera o ridiculizar un himno. Una ofensa de difícil desagravio si no existe una causa mayor que lo justifique. Y como no era el caso de ahí la indignación que amenazó con incendiar los primeros meses ciclistas del año.

Afortunadamente ASO reaccionó a tiempo sofocando el conato de incendio y decidió no pegarse un tiro en el pie incluyendo el paso por Arenberg en el recorrido. Sabia decisión aunque fuese dejando incógnitas abiertas para el futuro: “La Paris-Roubaix no está obligada a pasar por Arenberg todos los años”. Ya veremos, de momento 1 a 0, ventaja: Los Aficionados.