viernes, 28 de octubre de 2011

esto se para... por ahora (III)


Y por fin había llegado marzo. Atrás iban quedando los días intrascendentes, días de frío invernal en los que todo era aún remediable, en los que todo parecía aún demasiado lejos, o al menos lo suficientemente lejos. Porque en marzo, aún habiendo espacio para lo subsanable, también hay carreras de esas que a la mayoría del pelotón le pueden salvar una temporada. La primera, sin ir más lejos, la París-Niza, que este año comenzaba el 6 de marzo.

Antes pudimos ver, por fin, al Contador que más nos gusta, esta vez en la Vuelta a Murcia, versión reducida. Con sólo tres etapas en disputa, Alberto logró la victoria en dos de ellas y, lógicamente la victoria en la general final dejando la sensación de que su nivel de implicación en las carreras, siendo siempre superlativo, se incrementa en relación directa con la dimensión de las adversidades que aborda. Es Contador uno de esos deportistas, extraña especie, cuya figura adquiere mayor magnitud cuanto mayor es el desafío, como si competir contra sí mismo le resultase incómodamente fácil y necesitase desafíos aún más grandes.

El día antes del comienzo de la París-Niza se corrió la Eroica, esa carrera que nació clásica hace tan sólo unos pocos años, exudando desde sus primeros suspiros el aroma de las viejas carreras que forjaron la épica de este deporte en tiempos remotos. Este año el vencedor fue Gilbert, el inefable Philippe, como no, que proclamó su supremacía sobre el sterrato de la Toscana mientras otros comenzábamos a entrever lo que podía suceder en las Ardenas un mes y medio más tarde.

Y llegó la París-Niza, y de los tres ocupantes del podio del año anterior sólo pudimos ver a uno tomar la salida. Con Contador improvisando su temporada casi al día, viviendo de las noticias que la UCI, fiel garante de este deporte porque así se autoproclama, iba filtrando y con Valverde, el segundo de 2010, sancionado por su ¿positivo? de 2004 (sic), sólo Luis León Sánchez, flamante líder de Rabobank y ganador de la edición de 2009, acudió a Houdan,  lugar de inicio de la carrera. No fue la Paris-Niza más trepidante que uno recuerde, desde luego y quizás el hecho de que la única crono, de veintisiete kilómetros, determinase el podio final sirva de muestra sobre lo disputada que fue la Carrera del Sol en su edición de este año, que acabó con la victoria del alemán Tony Martin, otra muesca en su cinturón de contrarrelojista.

Tres días después de comenzar en Francia la primera gran vuelta de una semana del calendario, empezaba en Italia, en Marina di Carrara, la segunda, la Tirreno-Adriático, probablemente la carrera por etapas más importante de Italia después del Giro. Tiene algo la Tirreno de los últimos años que la asemeja, sino en recorrido, sí en espíritu al menos, a la Corsa Rossa. Quizá sea ese espíritu indomable y guerrillero de los que toman parte de la prueba o esos recorridos enrevesados, llenos de pequeñas trampas en lugares insólitos. El caso es que, como sucede con sus hermanas mayores, Giro y Tour, uno tiene la sensación de que más allá del prestigio que puedan reportar cada una de ellas al vencedor, es en la carrera italiana donde de verdad está el espectáculo en esos primeros días de marzo, salvo que Contador diga lo contrario, claro está. Scarponi derrotando a Cunego en la exigente llegada de Chieti, Gilbert haciendo lo propio con Poels y el mismo Cunego al día siguiente en Castelraimond, Evans veinticuatro horas después en Macerata o Cancellara poniendo el uno en su contador de victorias contra el crono el último día, fueron los momentos cumbres de una carrera que acabó ganando Evans y quien esto escribe reconoce que no vio más que una feliz casualidad en la victoria del australiano, la consecuencia lógica de sumar determinadas situaciones de carrera en las que el computo global acabó favoreciendo al corredor de BMC como podía haberlo hecho con Gesink, segundo por once segundos en la general final, o Scarponi, tercero a quince segundos. Era aún y lo fue hasta que la realidad se volvió irrefutable, sólo uno más de los candidatos al podio de París allá por finales del mes de julio. 

Steegmans se impuso en la Nokere y Schets inauguró el palmarés de la Handzame, ambos belgas reinando en clásicas belgas mientras Westra y Voeckler conquistaban el Loira. Y ya en el último tercio del mes de marzo apareció la primera, por orden cronológico dentro del calendario, también por antigüedad, de las vueltas por etapas de nuestro país, la Volta a Catalunya, donde de nuevo Contador, con un único y certero disparo, en la cima de Vallnord, consiguió la victoria en la general final por delante del rocoso Scarponi, que deuda tan inmensa la del ciclismo con este inasequible guerrillero de lo fútil. Cuantas batallas libradas para tan poco gloria, convendrá recordarle en el futuro pues lo merece. Tres vueltas por etapas disputadas, tres victorias parciales y dos generales finales era el deslumbrante balance que presentaba Contador con apenas un mes de competición.

En la Dwars door Vlaanderen ganó Nuyens y a nadie le pareció que aquello significase nada especial pero sin embargo muchos pensamos que la victoria de Cancellara en el E3 Prijs presagiaba otra primavera gloriosa en el norte de Europa para el Expreso de Berna, a imagen y semejanza del histórico doblete de 2010 aunque viendo a Boonen imponerse en la Gante-Wevelgem unos días después lo que de verdad creímos entrever era la lucha colosal entre dos gladiadores, dos corredores cuya presencia no hacer sino engrandecer las victorias del otro a mayor gloria de las carreras donde miden sus fuerzas. Digámoslo ya, recordaremos toda la vida a Fabian y Boonen.

ASO planeó un recorrido muy similar al del año pasado en el Critérium Internacional, donde se impuso Fränk Schleck haciendo valer su victoria en solitario en el Col de l'Ospedale, repitiendo el guión que Fedrigo había interpretado el año anterior. Y en la última carrera del mes, también en Bélgica, los 3 Días de la Panne, Rosseler le dio una victoria más a los anfitriones, ésta por delante de Westra, a quien le remontó en la crono vespertina del último día, los ocho segundos con los que el holandés llegaba después de haber sido segundo el primer día. Bélgica era, hasta ese momento, la gran triunfadora de la primavera.

Había terminado marzo y nosotros, en nuestra particular temporada, seguíamos acumulando kilómetros y ascensiones. Navafría y Navacerrada en sus vertientes madrileñas fueron los escenarios elegidos para ir midiendo nuestros progresos y lo cierto era que el resultado resultaba esperanzador. Quedaban casi cuatro meses para nuestra cita con el Galibier y las sensaciones eran de estar transitando el camino correcto.

Pero lo más importante que nos sucedió en ese mes fue que se concretó aquella quimera de finales de febrero. El viaje a París no sólo estaba en marcha, en aquel mes quedó cerrado y delimitado de modo que lo ilusorio se volvió palpable, adquiriendo la textura y la dimensión de lo real. Cuando uno empieza a plantearse que ropa tendrá que llevarse a un viaje o como se va del aeropuerto al hotel, se da cuenta de que lo prosaico tiene la cualidad de darle una dimensión muy real a lo que una vez era sólo una quimera. París, Arenberg, Roubaix... nos esperaban apenas diez días después.

domingo, 23 de octubre de 2011

esto se para... por ahora (II)


Llamadme clásico, anticuado, inmovilista… llamadme lo que queráis pero para mí la temporada ciclista empieza en febrero. Todas estas nuevas carreras que se corren en enero me recuerdan a esos torneos veraniegos de la pretemporada de fútbol, cuando todo el mundo anda encajando piezas y desperezando músculos y nada parece demasiado trascendente. Son días en los que nadie va a arruinar su temporada y ninguna victoria te la va a salvar. De hecho, si me apuráis, creo que la verdadera temporada no empieza hasta los últimos días de febrero, con la disputa de las primeras clásicas belgas. Hasta entonces son todo ensayos más o menos fiables, meras simulaciones de situaciones que habrán de darse en el futuro y que como tales no tienen demasiado valor más allá del de servir para automatizar ciertas respuestas.

Y sin embargo al observador minucioso le pueden apuntar algunas de las líneas maestras que vertebrarán el devenir de la competición en los siguientes meses. Y a veces las pasamos por alto pensando que esas señales no son más que acontecimientos rutinarios y por tanto carentes de significado en el contexto de todo un año. Y otras, sin embargo, nos convencemos de que tras la forma de perder de éste o de la apabullante victoria de aquel hay toda una compleja trama de causas y efectos que habrán de desembocar, irremisiblemente, en un determinado resultado cinco o seis meses después.

Este año, por ejemplo, en febrero ya vimos a Cancellara salir derrotado de una contrarreloj. Fue en la prólogo del Tour de Qatar, nada inquietante, aunque fuese frente a un corredor como Boom, pensaríamos entonces, no será en estas disputas donde Fabian se hará grande. Poco imaginábamos que en los siguientes ocho meses el suizo iba a acumular mayor cantidad de derrotas en su especialidad de las que nunca hubiéramos supuesto y en las más importantes citas que estaban por venir.

Por el contrario, en el Tour de Omán asistimos a una exhibición de Gesink que a sus dos incontestables victorias de etapa, una de ellas en contrarreloj, sumaba la victoria en la general final. Entonces algunos, me cuento entre los profetas, inferimos sin posibilidad de revocación que de estas aguas habrían de llegar aquellos lodos y en este símil más o menos afortunado, las aguas eran sus victorias en el invierno asiático y los lodos el podio de París allá por finales de julio.

La Volta al Algarve fue una de las carreras que más señales nos iba a dejar en aquel segundo mes de competición y no todos supimos interpretarlas. Por ejemplo, vimos la primera victoria de Gilbert casi en su primer día de competición del año, nada nuevo bajo el sol, si se había exhibido en el último día de competición de 2010, porqué no habría de hacerlo en el primero de 2011. También vimos la primera victoria de Tony Martin contrarreloj pero como los rivales no tenían excesivo empaque no concluimos que hubiese nada extraordinario tras este logro, más cuando el alemán pasa por ser uno de los grandes especialistas del mundo en la lucha contra el crono. Y sin embargo ocho meses después ambas se nos presentan como la génesis de una excepcional temporada, la insignificante chispa que habrá de desembocar en el más glorioso incendio. Y por fin vimos a Contador, exculpado por la RFEC un día antes de empezar la carrera que había conquistado en 2009 y 2010, pero con la amenaza de una sanción definitiva del TAS cerniéndose sobre él desde el mismo momento en que se le permitió correr. Y algo nos quedó claro ya en febrero, la temporada que le esperaba al triple ganador del Tour iba a ser turbulenta en el mejor de los casos.

Vimos a Freire extremadamente fino en Andalucía, con dos victorias de etapa, y creímos que reinaría en San Remo por cuarta vez. Sagan no dio opción en Sardegna, tres victorias de etapa de cinco posibles y la general final. El mes de febrero de Sagan fue a su temporada lo que su temporada  completa apunta que va a ser a su carrera: el inicio de algo extraordinario. Y así llegamos al último fin de semana de mes, el de la Omloop y la Kuurne, cuando "todo empieza". En la primera asistimos a una preciosa batalla bajo la lluvia, sobre el húmedo pavés, entre Langeveld y Flecha, resuelta a favor del holandés, cuanto le cuesta ganar a nuestro flahute para todo lo que entrega. En la Kuurne fue Sutton quien consiguió la victoria al sprint como desenlace de una decepcionante carrera.

Así que casi sin darnos cuenta nos encontrábamos a las puertas de la Paris-Niza, donde tú, Xavi, habías conseguido una excepcional victoria el año anterior y donde todos esperábamos que repitieses. Y que pasasen otras muchas cosas aunque de todo esto ya hablaremos.

Puerto de Cotos en primavera
Mientras, mi hermano y yo habíamos empezado a acumular ascensiones como parte de nuestro particular tour de forcé. Subir Cotos para luego ir hasta Navacerrada o las dos vertientes de Canencia más un retorno al carril-bici de Colmenar fueron las salidas de nuestro segundo mes de preparación, sólo interrumpida por un catarro a mitad de mes que nos impidió completar el póker de sábados saliendo. A pesar de ello, a finales de mes ya era el año que más salidas y kilómetros acumulábamos a esas alturas desde que habíamos vuelto a montar cinco años antes.

Y en el horizonte el esbozo de otro anhelo que hasta entonces había sido poco más que una quimera, la bravuconada irreflexiva lanzada entre amigos al calor de una noche de eufórico colegueó, empezó a tomar formar, a insinuarse como una realidad: en abril volveríamos al bosque de Arenberg y al Velódromo de Roubaix. Íbamos a volver a la Paris-Roubaix, igual que en 2008, el mismo año que habíamos estado por última vez en el Galibier. Sólo que esta vez rodeados de los mejores amigos posibles. Iba a ser una fiesta.

lunes, 17 de octubre de 2011

esto se para… por ahora (I)


Hola Xavi, hola Wouter.

Quería contaros que el sábado se cayeron las últimas hojas de la temporada, que es una manera pretendidamente poética de explicar que se disputó el Giro de Lombardía, la última batalla de este año ciclista, aunque la UCI se empeñe en lo contrario con sus extraños y retorcidos inventos, de hecho el último ha sido adelantar la “Clásica de las hojas muertas” a finales de septiembre o principios de octubre, según el año, para que se corra la semana después del Mundial. Ya veis que siguen sin respetar nuestros símbolos más sagrados, si les dejan estos son capaces de poner el Tour en marzo.

Ganó Zaugg, tu compañero en el Leopard este año, Wouter. Fue una sorpresa, todos esperábamos a Gilbert, claro, que ha completado un año excelso, probablemente irrepetible. Y si no, pues a los Purito, Nibali, Van Avermaet, incluso Uran. Y no digo que Zaugg no se lo mereciese, porque su ataque en Villa Vergano, justo después de la exhibición de Basso, fue demoledor. Después, bajando, tampoco pudieron hacer nada por cogerle, pero aún así no deja de ser la victoria de alguien con quien a priori no contaba nadie. Y es que creo que Gilbert ha llegado exhausto a final de año. Lógico.

El caso es que siempre que veo el Giro de Lombardia me da por hacer balance de la temporada que se apaga, no lo voy a negar, puede que hasta me ponga un poco nostálgico. Es como la Nochevieja del año ciclista. Haces recuento de lo bueno y malo que tuvieron los nueves meses de carreras, rememoras lo inolvidable, espantas lo que no quieres recordar porque en realidad lo que desearías es que no hubiese sucedido y sin casi pretenderlo empiezas a elucubrar con lo que traerá el nuevo año. Los nuevos patrocinadores que llegan, los viejos que se van, como les quedarán los nuevos maillots a los que cambiaron de equipo, los nuevos recorridos… de todo esto tendremos mucho en 2012.

Me acordaba viendo Lombardia de cuando empezó la temporada, allá por enero ¿recordáis? Seguro que Xavi si, él estaba allí, en San Luis, en Argentina, incluso ganó una etapa, la crono del cuarto día. Luego se desfondó y no pudo luchar por la general, que la ganó el chileno Arriagada. Luego supimos, a primeros de marzo, que había dado hasta cuatro veces positivo por stanozolol, que me suena a la sustancia del falso positivo de Perico Delgado en el Tour del 88 aunque no estoy seguro. El caso es que sancionaron a Arriagada cuatro años y como está a punto de cumplir 36, dudo que vuelva a correr en profesionales.

En Australia, mientras tanto, se corría el Tour Down Under, una carrera que, dicho sea, me parece completamente sobrevalorada en el calendario de la UCI. Es cierto que van muchos corredores de primera línea pero casi todos a rodar sus primeros kilómetros y sólo los australianos y los sprinters suelen tomársela realmente en serio. Este año, por ejemplo, las seis etapas se resolvieron al sprint y la general final la ganó el aussie Cameron Meyer, del Garmin. Dos días después de la victoria de Xavi en Argentina, tu compañero Fran Ventoso ganaba en Australia, menudo debut de Movistar como patrocinador. Dos carreras, dos victorias.

Luego llegó Langkawi, donde vivimos la eclosión de un joven sprinter italiano, Andrea Guardini, que iba a dar mucho que hablar en esos primeros meses. Sin haber cumplido veintidós años logró cinco victorias de etapa de un total de diez disputadas y su irrupción fue tal que eclipsó el ganador final, el venezolano Monsalve y dejó el contador de otro joven velocista, Kittel, en una única victoria. Ya hablaremos de ambos más adelante.

Pero todo esto vosotros lo sabéis porque aún estabais con nosotros así que más que contároslo estamos recordando juntos ¿verdad?

Sin embargo aún hay otras cosas que no sabéis y que me gustaría contaros. Sobre todo porque pertenecen a mi pequeña historia, la historia de los sin Historia, que decía Borges o Benedetti o alguno parecido.  El dos de enero mi hermano y yo empezamos nuestro largo camino con destino final el Galibier, allá para el mes de julio, que raro, por cierto, evocar en mitad de los fríos invernales, los sofocos del verano para el que aún restaba tanto, en días y en kilómetros por recorrer. Habíamos estado hace tres años y entonces, novatos nosotros, cometimos algunos errores, en la preparación y en la ascensión, que nos obligaron a claudicar a cinco kilómetros de la cima. Desde entonces vivimos con la herida del Galibier abierta y estábamos decididos a cerrarla este mismo año, para que esperar más. El plan consistía en coger fondo a base de salidas largas y llanas primero para después ir aumentando la dureza de esas salidas con ascensiones hasta conseguir una especie de “simulación” del ascenso al Galibier haciendo la doble vertiente de Navacerrada. El éxito de ésta no garantizaba el éxito de la primera pero si no éramos capaces de completarlo, mucho menos íbamos a hacerlo con nuestra montaña maldita. Así que en ese primer mes del año acumulamos cuatro salidas de fin de semana y las dos primeras ascensiones, en realidad una y media, ya que a mitad de La Morcuera, en su vertiente de Miraflores, nos empezó a nevar y no quisimos repetir la experiencia de enero de 2009, cuando nos encontramos placas de hielo en la cima y nos cayó un diluvio helado en el descenso más dantesco que hemos hecho.

Pero el simple hecho de salir ese fin de semana era toda una declaración de principios, una auténtica proclama de lo en serio que íbamos esta vez, de lo absolutamente determinados que estábamos a que nada nos apartase de nuestro objetivo. Absolutamente nada. Y así llegó febrero.