martes, 22 de noviembre de 2011

esto se para... por ahora (y V): 3 días de mayo


Tres días de mayo. Tres instantes diferentes que lo cambiaron todo. Para tantos.

Recuerdo bien la mañana del siete de mayo, sábado. Había quedado con mi hermano para salir con la bici, como ya conté en otra entrada. Llovía. O había llovido, qué más da. Y lo que era seguro: iba a llover a lo largo de toda la mañana. Mientras desayunaba miré la predicción del tiempo para el día siguiente, domingo, ocho de mayo. Cielos despejados, probabilidad de lluvia despreciable. Llamé a mi hermano y le propuse posponer la salida 24 horas. Nunca hemos huido de la lluvia, ni siquiera de la nieve, pero a esas alturas de año cualquier remojón es ya un remojón de más. Has agotado tu paciencia con la lluvia, el agua ha quedado fuera de la ecuación. Aceptas el aire, te resignas al polen… ¿pero un chaparrón en mayo? No, eso no forma parte del trato. Y menos si en menos de 24 horas tienes la promesa de sol y temperatura agradable.

Así que aplazamos nuestra salida. El ocho de mayo si amaneció más soleado, algo fresco pero soleado. Hicimos el camino de ida, en este caso desde Cantoblanco y paramos en Soto del Real al café de rutina antes de emprender el regreso. Llegando a Tres Cantos, mi hermano sufrió la caída que ya he contado y que aparentemente resultaba intranscendente pero que le provocó un intenso dolor en la zona lumbar. Para descartar cualquier lesión grave decidimos ir a Urgencias. Después de unas cuantas horas de incertidumbre y confusión, por fin supimos que era lo que tenía: fractura de la tercera vértebra lumbar. Recuerdo que me dejaron pasar a verle y cuando entré en el cuarto donde le tenían esperando, aún vestido de ciclista y tumbado de lado en la camilla, lo primero que me dijo fue "Despídete del viaje a Francia". Me recuerda su reacción a la típica del ciclista que segundos después de levantarse de la más aparatosa caída, lo primero que hace es ir en busca de su bici para reemprender la marcha. Así es este bendito virus del ciclismo. Y no es que en ese momento me importase demasiado el viaje en comparación con la salud de mi hermano, claro está, pero en las siguientes horas si que pensé bastante a menudo en como todos nuestros planes habían saltado hechos trizas por los aires en un segundo, en como los meses de dedicación y los kilómetros hechos habían resultado ser vanos. Y me consta que mi hermano aún le dedicó más tiempo a este tipo de pensamiento tan estéril como inevitable y que consiste en torturarse buscando cada uno de los instantes en que la historia pudo haber salido de forma diferente, "y si en vez de...". Tuvimos alguna conversación sobre el tema y comentamos que forma parte de las reglas de este deporte y de hecho traté de hacerle ver que lo raro es que en seis años no nos hubiese pasado nunca nada. También le recordé una frase que le encanta de la película Batman Begins y que él ha usado en mitad de alguna tempestad para levantarme el ánimo. "¿Por qué nos caemos, Bruce? Para aprender a levantarnos". Sí, de esta nos levantaríamos aún más fuertes.

El nueve de mayo le dieron el alta a mi hermano después de pasar una noche ingresado, en observación. Comí con él y me fui a trabajar. Cuando regresé, cerca de las siete de la tarde, mi madre me preguntó que si me había enterado de "lo de ese chico belga". Ese "chico belga" resultó que eras tú, Wouter. Y "lo tuyo", bueno, "lo tuyo" ya sabemos todos lo que es así que no hace falta nombrarlo. Era una casualidad estúpidamente macabra y si,como conté en la entrada que esa misma noche escribí para este blog, cuando uno de los nuestros cae, nos recuerda de la forma más cruel posible lo mínima que es la distancia que nos separa de ser uno de los caídos, ese vértigo se multiplica ad infinitum cuando tan sólo unas horas antes eres tú, o tu hermano que para el caso somos la misma persona, el que ha sufrido una lesión y es inevitable pensar "pudo haber sido peor" y corres a firmar tablas con la suerte.

Pasaron dos semanas, mi hermano se fue habituando al corsé que tendría que llevar unos meses aún y los dos empezábamos a planificar ya nuestro viaje a Francia para el verano de 2012. Sólo quedaban un año y un mes y el ánimo no tiene período de convalecencia. La mañana del veintitrés de mayo, otro lunes, fui a su casa, no recuerdo a qué, seguramente sólo a verle, aún no podía salir a la calle. Estuvimos desayunando y cuando volvía en coche a casa me llamó. ¿Sabes para qué, Xavi? Claro que lo sabes, vaya tontería. No era capaz de creerlo. Ni quería.

Recuerdo que durante muchos días, semanas tal vez, pensaba muy a menudo en que mi hermano había tenido mala suerte. Luego empecé a pensar que a lo mejor era buena suerte, igual que yo la tuve hace catorce años, quizá más que él aún cuando de todo lo que pudo haber pasado sólo ocurrió que un coche me arrolló por detrás. En cualquier caso ahora creo que los dos tuvimos algo de buena suerte. Y ahora que el invierno se acerca y que en menos de dos meses estaremos en 2012, hemos empezado a planificar ya el viaje del próximo verano. Estamos buscando casas en los Alpes, saliendo a entrenar para que mi hermano vaya cogiendo la forma poco a poco, con tiempo, decidiendo si es mejor repetir la preparación del año pasado o cambiar algo… y mientras todo esto sucede no puede dejar de pensar, otra vez, en la suerte que tenemos de tener una segunda oportunidad. La misma que os faltó a vosotros dos. Y no puedo pensar en una sensación más agridulce e injusta que ésta, sentirse afortunado por oposición a la desventura de otro.

Puede que al final tampoco podamos ir el año que viene a los Alpes, algo de lo que he aprendido estos tres últimos años es que conviene no dar nada por definitivo hasta que esté teniendo lugar. Pero puede que sí. En cualquier caso, si no es este año será otro porque mientras respiremos nos quedará la esperanza y el deseo de hacer realidad este tan absurdo como irrenunciable sueño. Y una cosa dar por supuesta los dos, cuando ese día llegue, el día en que nos retorzamos en las rampas del 10% que hay más allá de Plan Lachat y por fin estemos en la cima del Galibier, vosotros,vuestro recuerdo, vendrá con nosotros todo el rato, aunque sólo sea porque la proximidad en el tiempo de vuestras desgracias personales al accidente de mi hermano nos ha unido a los cuatro en un único propósito que es aprovechar esa segunda oportunidad. A hacer que merezca la pena.

Por cierto, Contador ganó el Giro que no visteis acabar. Luego no pudo repetir en el Tour, que fue para Evans. En la Vuelta nos llevamos un sorpresón con la victoria de Cobo y en el Mundial Cavs no dejó opción a nadie y ya tiene su primer Campeonato del Mundo. Gilbert llegó un poco fundido a final de año y no pudo repetir en Lombardía aunque se exhibió en la Ciudadela de Namur, que lugar tan espectacular para terminar una prueba. Pasaron muchas más cosas pero sinceramente, todo lo que sucedió después de aquellos tres días de mayo tiene un valor relativo, al menos para mí.

Y nada más. El 1 de enero a buen seguro que haremos un "reset", como todos los años y pondremos nuestros cuentakilómetros a cero, los de la bici y los otros, y los viejos planes serán los nuevos proyectos, así debe ser, y las heridas que fueron se convertirán en las cicatrices que vendrán y que de vez en cuando nos picarán recordándonos, no sea que lo olvidemos, que la mejor forma de tener presente a los que ya no están es haciendo de su recuerdo el motor que nos impulse a dignificar todo aquello que hacemos, cada paso que damos, cada pedalada.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

esto se para por ahora... (IV bis: un domingo de abril)


Mi hermano y yo, como ya he mencionado en otros post, estuvimos en la Paris-Roubaix de 2008, en el bosque de Arenberg primero y más tarde en el Velódromo de Roubaix, a todo nos dio tiempo. Entonces fue un viaje con un punto de desquite, las circunstancias, que no vienen al caso, así lo determinaron. Saldadas las cuentas con la vida misma, la visita de este año adquirió desde un principio un carácter mucho más lúdico, como de perfecto fin de fiesta, como si en el concierto de tu grupo favorito la última canción que sonase fuese la mejor. Quizá contribuyó a ello que hace tres años habíamos ido mi hermano y yo solos y sobre todo, habíamos ido "sólo" a eso. En esta ocasión íbamos los dos y cuatro amigos más y pasamos cinco días en París y como los lazos que nos unen y las circunstancias de cada uno de nosotros pertenecen al ámbito de lo privado de cada uno, baste con decir que para todos este viaje suponía la consecución de diferentes anhelos.

Está usted entrando en Arenberg
Llegamos a Arenberg a última hora de la mañana y llegar a Arenberg, aunque sea andando, aunque sea tres horas antes de la carrera, tiene algo místico, es imposible hacerlo sin sentir esa pequeña sensación de vértigo en el estómago que siempre genera encontrarse con lo extraordinario. Giras en una calle a la izquierda y llegas a la Avenida Michel Rondet, entonces al fondo, a unos cuantos cientos de metros, divisas el comienzo del bosque, con su paso elevado, con su cartel anunciando que estás entrando en el tramo 16, este año así era, numerados en decreciente, como las curvas de Alpe d'Huez y una especie de agitación te recorre todo el cuerpo. No es en cualquier lugar donde estás. Una marea de gente que camina en el mismo sentido que tú te acompaña, casi se diría que te arrastra, ¿se puede caminar en otra dirección en todo Wallers esa mañana? Justo a la entrada del bosque, a la izquierda, en la pequeña explanada donde está el monumento a Jean Stablinski, el único ciclista que ha cruzado el bosque por encima y bajo tierra, fue minero en Arenberg antes que corredor, hay una pantalla gigante y varios puestos donde comer y beber y mesas, es una fiesta y uno no puede dejar de sentir una envidia sana por lo que supone el ciclismo en esta tierra y a la vez sentirse agradecido porque el ciclismo suponga esto en algún lugar del mundo. A la derecha de la vía se ubican unos pocos puestos donde comprar souvenirs de la prueba, de allí nos trajimos hace tres años un adoquín como recuerdo. Unas cuantas fotos y por fin nos adentramos en el pavés. Con la reverencia que merecen los lugares santos, mi hermano y yo nos arrodillamos y besamos el pavés de Arenberg ante la mirada divertida de algunos aficionados y abochornada de nuestros amigos. 

Elmiger, haciendo camino
Caminamos unos cientos de metros y a mitad del tramo elegimos un lugar donde comer. Jamón serrano y chorizo que llevamos desde Madrid. Queso, mucho queso, que compramos el día anterior en Paris, esperamos que a los próximos que cojan nuestro coche de alquiler les agrade esa extraña mezcla de olores. Unas buenas hogazas de pan, vino y refrescos y ya tenemos el picnic montado. Risas y bromas hasta que un rato antes de lo esperado el helicóptero en el cielo nos alerta de la cercanía de la carrera. Apresuradamente recogemos los restos de la comida y nos colocamos expectantes en la cuneta a esperar a que lleguen. Que incomparable magia la de aguardar a que pasen los ciclistas, cuanta expectación para tan insignificante lapso de tiempo, incluso en un lugar como Arenberg, donde el paso se produce de forma algo más escalonada, el tiempo de espera siempre es inmensamente mayor que el que los corredores tardan en pasar. Y sin embargo o quizá por eso mismo, es un momento tan inigualable el de sentir que la carrera se aproxima, el de escuchar el rumor lejano, como el rugido de una bestia descomunal acercándose, el de divisar las primeras motos de carrera que abren camino y la exigua figura de algo que parece un ciclista entre tanta máquina. Este año fue Martin Elmiger, luciendo su maillot de campeón de Suiza, quien pasó destacado por el lugar donde esperábamos. Más tarde vimos a Boom y un espasmo de emoción nos recorrió el cuerpo al ver a Flecha ligeramente destacado del resto de favoritos. Y si…

Hola, Fabian
¿Qué haces aquí atrás, Tom?
Vimos a Fabian cerca, muy cerca y no reparamos en lo retrasado que pasó Boonen, quizá porque no esperábamos verle tan atrás, para entonces ya marchaba descolgado por culpa de la avería que lo tuvo unos minutos detenido en la cuneta. Sin tiempo para procesar lo que había sucedido, volvimos al coche apresuradamente. Había que darse prisa si queríamos llegar a tiempo de ver la llegada al Velódromo, tal y como habíamos hecho tres años antes.

Un enorme atasco nos retuvo más de media hora en la salida de Wallers y empezamos a aceptar lo complicada que se había vuelto nuestra misión. No importaba, en realidad, ya nada importaba porque todo lo que estaba sucediendo ya compensaba. 

Y a pesar de todo, nos dio tiempo a llegar a Roubaix y de quedarnos a unas pocas decenas de metros del Velódromo. Y allí, apostados en la cuneta derecha del último kilómetro, vimos llegar a Van Summeren y durante unos segundos algo más que una emoción nos sacudió con la fuerza de una descarga eléctrica. Maillot negro con detalles azules y blancos, barro en la cara… ¡sólo podía ser Flecha! Qué inmensa y fabulosa alegría. Y que decepción cuando al verle pasar frente a nosotros nos dimos cuenta de nuestro error. Aunque tampoco nos importó demasiado, no habíamos ido hasta allí para confiar nuestro ánimo del viaje a la victoria de nadie. Todo nos valía. Vimos pasar al grupo de Fabian, a Ballan y a Flecha, esta vez sí, descolgado, y una vez que habíamos ubicado sobradamente la situación de carrera, entramos en el Velódromo, no ver la llegada no tenía porque suponer no entrar. Allí vimos llegar a la mayoría de ciclistas y cuando volvíamos al coche comentamos que nos habían parecido muy pocos, luego nos enteraríamos de que habían tenido lugar numerosos abandonos y algún que otro fuera de control. Una última "foto de familia" con el coche alquilado y el regreso feliz a Paris, disfrutando del hecho de que aunque puede que nunca volvamos a la Paris-Roubaix (o tardemos muchos años) lo que es seguro es que por muchos motivos nunca olvidaremos esta mañana de domingo del mes de abril de 2011.

lunes, 14 de noviembre de 2011

esto se para... por ahora (IV)


Que si, que es verdad que en julio está el Tour de Francia. Que si, que en septiembre se corre la Vuelta a España y algunos años como éste el Campeonato del Mundo. Y estamos de acuerdo en que mayo, con el Giro y agosto, con un montón de carreras de altísimo nivel, también son meses muy intensos para los aficionados al ciclismo. Pero desde hace ya algún tiempo, mi mes favorito de todo el calendario es abril. Os prometo que esta predilección no obedece a ninguna modernez, que no pretender ser, para nada, un esnobismo ni deseo hacer ver con ella que mi conocimiento sobre el ciclismo alcanza un grado tan superlativo que me permita despreciar lo que a la mayor parte de los aficionados deslumbra. Es sólo que en abril se corren algunas de las carreras que me paso todo el año esperando. Todas encadenadas. Creo que los dos sabéis de los que hablo ¿verdad?

Podría continuar por el sendero que comencé a recorrer en el anterior post, me refiero a resumir a mi manera lo más destacado que ocurrió en ese mes de abril y después contaros como nos fue a mi hermano y a mí con nuestra preparación. Podríamos hablar de lo archisabido, de la victoria de Klöden en País Vasco, por ejemplo. O del triunfo de Samuel Sánchez en el cada año más atractivo Gran Premio Miguel Induráin. Podríamos detenernos aunque sólo fuesen unos segundos, aquí líneas, en las buenas sensaciones que transmitió Scarponi en ese excelente campo de pruebas para el Giro que suele ser el Trentino. Incluso podríamos analizar con detalle todo lo que sucedió en Romandia y que concluyó con la victoria de Evans, segunda vuelta por etapas en menos de dos meses para el aussie. Por analizar podemos hasta dedicarle un post entero al extrañísimo desenlace del Tour de Flandes. ¿Cancellara desfallecido? ¿Boonen atacando con Chavanel delante? ¿El Kapelmuur reducido a mera estación de paso, nada de juez definitivo de la carrera? ¿Nuyens ganando? Si alguna vez viajo en el tiempo este Tour de Flandes sería una buena ocasión de hacerme millonario.

Y sin embargo no vamos a hablar de nada de eso. De hecho, me detengo aquí un momento a mencionar el inclasificable mes de abril de Philippe Gilbert. ¿Inolvidable, irrepetible, mágico? Valga decir que probablemente no volvamos a ver a un corredor dominar en las clásicas de muros como lo hizo el corredor valón en este 2011 que se apaga. No es sólo que consiguiese el tríptico de las Ardenas (Amstel, Flecha-Valona y Lieja), algo que sólo Rebellin, en 2004, había conseguido. Y no es sólo que ya hubiese vencido en la Flecha Brabançone unos días antes. O que cuando esta extraordinaria racha comenzó, ya acumulaba tres victorias, incluida otra clásica como la Eroica. Todo esto importa, claro está, cuenta y suma. Y sin embargo no lo es todo porque si me he atrevido a afirmar que probablemente no volvamos a ver nada semejante se debe a la manera en que Gilbert consiguió todas estas victorias, como si más que previsibles fuesen inevitables, con una superioridad que recordó a la de otros grandes mitos del ciclismo en otras especialidades. Gilbert hizo suyos los muros del norte de Europa con la misma facilidad con que Induráin dominaba contra el crono, con la suficiencia con la que Pantani volaba donde a otros la tierra les tiraba de los pies hacia su mismísimo centro. Durante todo el año pero especialmente en ese mes de abril, tuvimos la sensación de que Gilbert jugaba a otra cosa distinta al resto.

Decía que no vamos a hablar de nada de esto. De hecho, tampoco este mes os voy a contar como iba nuestra preparación, baste con recurrir a esa manida pero gráfica frase que dice "todo marchaba según lo previsto". Entonces, si descartamos todo esto del mes más agitado del calendario ciclista ¿qué nos queda? Pues nos queda una mañana de domingo del mes de abril. Y de eso es de lo que os hablaré en el próximo post, dejadme que tome aire y tomadlo vosotros también.

viernes, 28 de octubre de 2011

esto se para... por ahora (III)


Y por fin había llegado marzo. Atrás iban quedando los días intrascendentes, días de frío invernal en los que todo era aún remediable, en los que todo parecía aún demasiado lejos, o al menos lo suficientemente lejos. Porque en marzo, aún habiendo espacio para lo subsanable, también hay carreras de esas que a la mayoría del pelotón le pueden salvar una temporada. La primera, sin ir más lejos, la París-Niza, que este año comenzaba el 6 de marzo.

Antes pudimos ver, por fin, al Contador que más nos gusta, esta vez en la Vuelta a Murcia, versión reducida. Con sólo tres etapas en disputa, Alberto logró la victoria en dos de ellas y, lógicamente la victoria en la general final dejando la sensación de que su nivel de implicación en las carreras, siendo siempre superlativo, se incrementa en relación directa con la dimensión de las adversidades que aborda. Es Contador uno de esos deportistas, extraña especie, cuya figura adquiere mayor magnitud cuanto mayor es el desafío, como si competir contra sí mismo le resultase incómodamente fácil y necesitase desafíos aún más grandes.

El día antes del comienzo de la París-Niza se corrió la Eroica, esa carrera que nació clásica hace tan sólo unos pocos años, exudando desde sus primeros suspiros el aroma de las viejas carreras que forjaron la épica de este deporte en tiempos remotos. Este año el vencedor fue Gilbert, el inefable Philippe, como no, que proclamó su supremacía sobre el sterrato de la Toscana mientras otros comenzábamos a entrever lo que podía suceder en las Ardenas un mes y medio más tarde.

Y llegó la París-Niza, y de los tres ocupantes del podio del año anterior sólo pudimos ver a uno tomar la salida. Con Contador improvisando su temporada casi al día, viviendo de las noticias que la UCI, fiel garante de este deporte porque así se autoproclama, iba filtrando y con Valverde, el segundo de 2010, sancionado por su ¿positivo? de 2004 (sic), sólo Luis León Sánchez, flamante líder de Rabobank y ganador de la edición de 2009, acudió a Houdan,  lugar de inicio de la carrera. No fue la Paris-Niza más trepidante que uno recuerde, desde luego y quizás el hecho de que la única crono, de veintisiete kilómetros, determinase el podio final sirva de muestra sobre lo disputada que fue la Carrera del Sol en su edición de este año, que acabó con la victoria del alemán Tony Martin, otra muesca en su cinturón de contrarrelojista.

Tres días después de comenzar en Francia la primera gran vuelta de una semana del calendario, empezaba en Italia, en Marina di Carrara, la segunda, la Tirreno-Adriático, probablemente la carrera por etapas más importante de Italia después del Giro. Tiene algo la Tirreno de los últimos años que la asemeja, sino en recorrido, sí en espíritu al menos, a la Corsa Rossa. Quizá sea ese espíritu indomable y guerrillero de los que toman parte de la prueba o esos recorridos enrevesados, llenos de pequeñas trampas en lugares insólitos. El caso es que, como sucede con sus hermanas mayores, Giro y Tour, uno tiene la sensación de que más allá del prestigio que puedan reportar cada una de ellas al vencedor, es en la carrera italiana donde de verdad está el espectáculo en esos primeros días de marzo, salvo que Contador diga lo contrario, claro está. Scarponi derrotando a Cunego en la exigente llegada de Chieti, Gilbert haciendo lo propio con Poels y el mismo Cunego al día siguiente en Castelraimond, Evans veinticuatro horas después en Macerata o Cancellara poniendo el uno en su contador de victorias contra el crono el último día, fueron los momentos cumbres de una carrera que acabó ganando Evans y quien esto escribe reconoce que no vio más que una feliz casualidad en la victoria del australiano, la consecuencia lógica de sumar determinadas situaciones de carrera en las que el computo global acabó favoreciendo al corredor de BMC como podía haberlo hecho con Gesink, segundo por once segundos en la general final, o Scarponi, tercero a quince segundos. Era aún y lo fue hasta que la realidad se volvió irrefutable, sólo uno más de los candidatos al podio de París allá por finales del mes de julio. 

Steegmans se impuso en la Nokere y Schets inauguró el palmarés de la Handzame, ambos belgas reinando en clásicas belgas mientras Westra y Voeckler conquistaban el Loira. Y ya en el último tercio del mes de marzo apareció la primera, por orden cronológico dentro del calendario, también por antigüedad, de las vueltas por etapas de nuestro país, la Volta a Catalunya, donde de nuevo Contador, con un único y certero disparo, en la cima de Vallnord, consiguió la victoria en la general final por delante del rocoso Scarponi, que deuda tan inmensa la del ciclismo con este inasequible guerrillero de lo fútil. Cuantas batallas libradas para tan poco gloria, convendrá recordarle en el futuro pues lo merece. Tres vueltas por etapas disputadas, tres victorias parciales y dos generales finales era el deslumbrante balance que presentaba Contador con apenas un mes de competición.

En la Dwars door Vlaanderen ganó Nuyens y a nadie le pareció que aquello significase nada especial pero sin embargo muchos pensamos que la victoria de Cancellara en el E3 Prijs presagiaba otra primavera gloriosa en el norte de Europa para el Expreso de Berna, a imagen y semejanza del histórico doblete de 2010 aunque viendo a Boonen imponerse en la Gante-Wevelgem unos días después lo que de verdad creímos entrever era la lucha colosal entre dos gladiadores, dos corredores cuya presencia no hacer sino engrandecer las victorias del otro a mayor gloria de las carreras donde miden sus fuerzas. Digámoslo ya, recordaremos toda la vida a Fabian y Boonen.

ASO planeó un recorrido muy similar al del año pasado en el Critérium Internacional, donde se impuso Fränk Schleck haciendo valer su victoria en solitario en el Col de l'Ospedale, repitiendo el guión que Fedrigo había interpretado el año anterior. Y en la última carrera del mes, también en Bélgica, los 3 Días de la Panne, Rosseler le dio una victoria más a los anfitriones, ésta por delante de Westra, a quien le remontó en la crono vespertina del último día, los ocho segundos con los que el holandés llegaba después de haber sido segundo el primer día. Bélgica era, hasta ese momento, la gran triunfadora de la primavera.

Había terminado marzo y nosotros, en nuestra particular temporada, seguíamos acumulando kilómetros y ascensiones. Navafría y Navacerrada en sus vertientes madrileñas fueron los escenarios elegidos para ir midiendo nuestros progresos y lo cierto era que el resultado resultaba esperanzador. Quedaban casi cuatro meses para nuestra cita con el Galibier y las sensaciones eran de estar transitando el camino correcto.

Pero lo más importante que nos sucedió en ese mes fue que se concretó aquella quimera de finales de febrero. El viaje a París no sólo estaba en marcha, en aquel mes quedó cerrado y delimitado de modo que lo ilusorio se volvió palpable, adquiriendo la textura y la dimensión de lo real. Cuando uno empieza a plantearse que ropa tendrá que llevarse a un viaje o como se va del aeropuerto al hotel, se da cuenta de que lo prosaico tiene la cualidad de darle una dimensión muy real a lo que una vez era sólo una quimera. París, Arenberg, Roubaix... nos esperaban apenas diez días después.

domingo, 23 de octubre de 2011

esto se para... por ahora (II)


Llamadme clásico, anticuado, inmovilista… llamadme lo que queráis pero para mí la temporada ciclista empieza en febrero. Todas estas nuevas carreras que se corren en enero me recuerdan a esos torneos veraniegos de la pretemporada de fútbol, cuando todo el mundo anda encajando piezas y desperezando músculos y nada parece demasiado trascendente. Son días en los que nadie va a arruinar su temporada y ninguna victoria te la va a salvar. De hecho, si me apuráis, creo que la verdadera temporada no empieza hasta los últimos días de febrero, con la disputa de las primeras clásicas belgas. Hasta entonces son todo ensayos más o menos fiables, meras simulaciones de situaciones que habrán de darse en el futuro y que como tales no tienen demasiado valor más allá del de servir para automatizar ciertas respuestas.

Y sin embargo al observador minucioso le pueden apuntar algunas de las líneas maestras que vertebrarán el devenir de la competición en los siguientes meses. Y a veces las pasamos por alto pensando que esas señales no son más que acontecimientos rutinarios y por tanto carentes de significado en el contexto de todo un año. Y otras, sin embargo, nos convencemos de que tras la forma de perder de éste o de la apabullante victoria de aquel hay toda una compleja trama de causas y efectos que habrán de desembocar, irremisiblemente, en un determinado resultado cinco o seis meses después.

Este año, por ejemplo, en febrero ya vimos a Cancellara salir derrotado de una contrarreloj. Fue en la prólogo del Tour de Qatar, nada inquietante, aunque fuese frente a un corredor como Boom, pensaríamos entonces, no será en estas disputas donde Fabian se hará grande. Poco imaginábamos que en los siguientes ocho meses el suizo iba a acumular mayor cantidad de derrotas en su especialidad de las que nunca hubiéramos supuesto y en las más importantes citas que estaban por venir.

Por el contrario, en el Tour de Omán asistimos a una exhibición de Gesink que a sus dos incontestables victorias de etapa, una de ellas en contrarreloj, sumaba la victoria en la general final. Entonces algunos, me cuento entre los profetas, inferimos sin posibilidad de revocación que de estas aguas habrían de llegar aquellos lodos y en este símil más o menos afortunado, las aguas eran sus victorias en el invierno asiático y los lodos el podio de París allá por finales de julio.

La Volta al Algarve fue una de las carreras que más señales nos iba a dejar en aquel segundo mes de competición y no todos supimos interpretarlas. Por ejemplo, vimos la primera victoria de Gilbert casi en su primer día de competición del año, nada nuevo bajo el sol, si se había exhibido en el último día de competición de 2010, porqué no habría de hacerlo en el primero de 2011. También vimos la primera victoria de Tony Martin contrarreloj pero como los rivales no tenían excesivo empaque no concluimos que hubiese nada extraordinario tras este logro, más cuando el alemán pasa por ser uno de los grandes especialistas del mundo en la lucha contra el crono. Y sin embargo ocho meses después ambas se nos presentan como la génesis de una excepcional temporada, la insignificante chispa que habrá de desembocar en el más glorioso incendio. Y por fin vimos a Contador, exculpado por la RFEC un día antes de empezar la carrera que había conquistado en 2009 y 2010, pero con la amenaza de una sanción definitiva del TAS cerniéndose sobre él desde el mismo momento en que se le permitió correr. Y algo nos quedó claro ya en febrero, la temporada que le esperaba al triple ganador del Tour iba a ser turbulenta en el mejor de los casos.

Vimos a Freire extremadamente fino en Andalucía, con dos victorias de etapa, y creímos que reinaría en San Remo por cuarta vez. Sagan no dio opción en Sardegna, tres victorias de etapa de cinco posibles y la general final. El mes de febrero de Sagan fue a su temporada lo que su temporada  completa apunta que va a ser a su carrera: el inicio de algo extraordinario. Y así llegamos al último fin de semana de mes, el de la Omloop y la Kuurne, cuando "todo empieza". En la primera asistimos a una preciosa batalla bajo la lluvia, sobre el húmedo pavés, entre Langeveld y Flecha, resuelta a favor del holandés, cuanto le cuesta ganar a nuestro flahute para todo lo que entrega. En la Kuurne fue Sutton quien consiguió la victoria al sprint como desenlace de una decepcionante carrera.

Así que casi sin darnos cuenta nos encontrábamos a las puertas de la Paris-Niza, donde tú, Xavi, habías conseguido una excepcional victoria el año anterior y donde todos esperábamos que repitieses. Y que pasasen otras muchas cosas aunque de todo esto ya hablaremos.

Puerto de Cotos en primavera
Mientras, mi hermano y yo habíamos empezado a acumular ascensiones como parte de nuestro particular tour de forcé. Subir Cotos para luego ir hasta Navacerrada o las dos vertientes de Canencia más un retorno al carril-bici de Colmenar fueron las salidas de nuestro segundo mes de preparación, sólo interrumpida por un catarro a mitad de mes que nos impidió completar el póker de sábados saliendo. A pesar de ello, a finales de mes ya era el año que más salidas y kilómetros acumulábamos a esas alturas desde que habíamos vuelto a montar cinco años antes.

Y en el horizonte el esbozo de otro anhelo que hasta entonces había sido poco más que una quimera, la bravuconada irreflexiva lanzada entre amigos al calor de una noche de eufórico colegueó, empezó a tomar formar, a insinuarse como una realidad: en abril volveríamos al bosque de Arenberg y al Velódromo de Roubaix. Íbamos a volver a la Paris-Roubaix, igual que en 2008, el mismo año que habíamos estado por última vez en el Galibier. Sólo que esta vez rodeados de los mejores amigos posibles. Iba a ser una fiesta.

lunes, 17 de octubre de 2011

esto se para… por ahora (I)


Hola Xavi, hola Wouter.

Quería contaros que el sábado se cayeron las últimas hojas de la temporada, que es una manera pretendidamente poética de explicar que se disputó el Giro de Lombardía, la última batalla de este año ciclista, aunque la UCI se empeñe en lo contrario con sus extraños y retorcidos inventos, de hecho el último ha sido adelantar la “Clásica de las hojas muertas” a finales de septiembre o principios de octubre, según el año, para que se corra la semana después del Mundial. Ya veis que siguen sin respetar nuestros símbolos más sagrados, si les dejan estos son capaces de poner el Tour en marzo.

Ganó Zaugg, tu compañero en el Leopard este año, Wouter. Fue una sorpresa, todos esperábamos a Gilbert, claro, que ha completado un año excelso, probablemente irrepetible. Y si no, pues a los Purito, Nibali, Van Avermaet, incluso Uran. Y no digo que Zaugg no se lo mereciese, porque su ataque en Villa Vergano, justo después de la exhibición de Basso, fue demoledor. Después, bajando, tampoco pudieron hacer nada por cogerle, pero aún así no deja de ser la victoria de alguien con quien a priori no contaba nadie. Y es que creo que Gilbert ha llegado exhausto a final de año. Lógico.

El caso es que siempre que veo el Giro de Lombardia me da por hacer balance de la temporada que se apaga, no lo voy a negar, puede que hasta me ponga un poco nostálgico. Es como la Nochevieja del año ciclista. Haces recuento de lo bueno y malo que tuvieron los nueves meses de carreras, rememoras lo inolvidable, espantas lo que no quieres recordar porque en realidad lo que desearías es que no hubiese sucedido y sin casi pretenderlo empiezas a elucubrar con lo que traerá el nuevo año. Los nuevos patrocinadores que llegan, los viejos que se van, como les quedarán los nuevos maillots a los que cambiaron de equipo, los nuevos recorridos… de todo esto tendremos mucho en 2012.

Me acordaba viendo Lombardia de cuando empezó la temporada, allá por enero ¿recordáis? Seguro que Xavi si, él estaba allí, en San Luis, en Argentina, incluso ganó una etapa, la crono del cuarto día. Luego se desfondó y no pudo luchar por la general, que la ganó el chileno Arriagada. Luego supimos, a primeros de marzo, que había dado hasta cuatro veces positivo por stanozolol, que me suena a la sustancia del falso positivo de Perico Delgado en el Tour del 88 aunque no estoy seguro. El caso es que sancionaron a Arriagada cuatro años y como está a punto de cumplir 36, dudo que vuelva a correr en profesionales.

En Australia, mientras tanto, se corría el Tour Down Under, una carrera que, dicho sea, me parece completamente sobrevalorada en el calendario de la UCI. Es cierto que van muchos corredores de primera línea pero casi todos a rodar sus primeros kilómetros y sólo los australianos y los sprinters suelen tomársela realmente en serio. Este año, por ejemplo, las seis etapas se resolvieron al sprint y la general final la ganó el aussie Cameron Meyer, del Garmin. Dos días después de la victoria de Xavi en Argentina, tu compañero Fran Ventoso ganaba en Australia, menudo debut de Movistar como patrocinador. Dos carreras, dos victorias.

Luego llegó Langkawi, donde vivimos la eclosión de un joven sprinter italiano, Andrea Guardini, que iba a dar mucho que hablar en esos primeros meses. Sin haber cumplido veintidós años logró cinco victorias de etapa de un total de diez disputadas y su irrupción fue tal que eclipsó el ganador final, el venezolano Monsalve y dejó el contador de otro joven velocista, Kittel, en una única victoria. Ya hablaremos de ambos más adelante.

Pero todo esto vosotros lo sabéis porque aún estabais con nosotros así que más que contároslo estamos recordando juntos ¿verdad?

Sin embargo aún hay otras cosas que no sabéis y que me gustaría contaros. Sobre todo porque pertenecen a mi pequeña historia, la historia de los sin Historia, que decía Borges o Benedetti o alguno parecido.  El dos de enero mi hermano y yo empezamos nuestro largo camino con destino final el Galibier, allá para el mes de julio, que raro, por cierto, evocar en mitad de los fríos invernales, los sofocos del verano para el que aún restaba tanto, en días y en kilómetros por recorrer. Habíamos estado hace tres años y entonces, novatos nosotros, cometimos algunos errores, en la preparación y en la ascensión, que nos obligaron a claudicar a cinco kilómetros de la cima. Desde entonces vivimos con la herida del Galibier abierta y estábamos decididos a cerrarla este mismo año, para que esperar más. El plan consistía en coger fondo a base de salidas largas y llanas primero para después ir aumentando la dureza de esas salidas con ascensiones hasta conseguir una especie de “simulación” del ascenso al Galibier haciendo la doble vertiente de Navacerrada. El éxito de ésta no garantizaba el éxito de la primera pero si no éramos capaces de completarlo, mucho menos íbamos a hacerlo con nuestra montaña maldita. Así que en ese primer mes del año acumulamos cuatro salidas de fin de semana y las dos primeras ascensiones, en realidad una y media, ya que a mitad de La Morcuera, en su vertiente de Miraflores, nos empezó a nevar y no quisimos repetir la experiencia de enero de 2009, cuando nos encontramos placas de hielo en la cima y nos cayó un diluvio helado en el descenso más dantesco que hemos hecho.

Pero el simple hecho de salir ese fin de semana era toda una declaración de principios, una auténtica proclama de lo en serio que íbamos esta vez, de lo absolutamente determinados que estábamos a que nada nos apartase de nuestro objetivo. Absolutamente nada. Y así llegó febrero.

martes, 20 de septiembre de 2011

fiebre en la carretera (4)


Durante el año 85 tuvo lugar un acontecimiento familiar aparentemente ajeno al ciclismo y que, sin embargo, en el futuro determinaría la manera en que a partir de ese momento nos íbamos a relacionar con el ciclismo condicionando ciertas rutinas familiares. Allá por el mes de abril mi madre entró a trabajar como dependienta en una librería que unos años después acabaría comprando. Era su primer trabajo después de haber pasado los diez años anteriores al cuidado de sus hijos y aunque el cómo este cambio modificó nuestra forma de relacionarnos con el ciclismo es algo que aún no procede contar, si que conviene ir apuntándolo para contextualizar los futuros acontecimientos que estaban a punto de desencadenarse.

En el verano de 1985 el Tour de Francia aún me resultaba muy ajeno, tanto que tan sólo la presencia de los Lemond, Hinault o Fignon en mis cartones de adhesivos para chapas me certificaban la pertenencia de éstos al mismo deporte que los Perico Delgado, Peio Ruiz Cabestany, Sean Kelly o Álvaro Pino. Hay que unir a esto el hecho de que a esa edad, hablo por mí, quizá por todos los que recuerdan como era tener nueve años en aquella época, la mención de lugares como Francia o los Alpes evocaba directamente lugares de fantasía, como si alguien mencionase ahora Mordor o Invernalia. Si, sabíamos que Francia existía, lo habíamos visto en los mapas del colegio, pero si para ir a Alicante, que estaba mucho más cerca, había que pasarse diez o doce horas en el coche, ir a Francia suponía directamente una odisea de proporciones bíblicas. Si a esto unimos la discreta actuación de los corredores españoles en el Tour y por consiguiente la poca repercusión que éste generaba en los medios, nada que ver con el despliegue mediático que generaba la Vuelta Ciclista (nunca entendí porque no daban al menos los resúmenes nocturnos de las etapas del Tour de la misma manera que daban los de la Vuelta), tenemos un escenario donde el ciclismo era la estrella tres semanas al año para pasar a convertirse en algo residual el resto del año en el ánimo de aficionados y prensa.

Como la calma que precede la tempestad, la Vuelta del 86 iba a pasar casi desapercibida por mi vida. Atribuyo este desinterés a varios factores que, sumados, resultaron determinantes en mi falta de implicación con la Vuelta de ese año. En primer lugar, aquella primavera, la de 1986, vi proclamarse campeón de Liga al Real Madrid por primera vez desde que había empezado a seguir el fútbol allá por el año 81, en los albores del Mundial de España. En las dos temporadas anteriores había anhelado tanto ese título y había acumulado tantas decepciones que cuando por fin nos proclamamos campeones a falta de cuatro jornadas para el final, una tarde de domingo del mes de marzo, en un partido contra el Real Valladolid, estallé en una especie de júbilo místico que se prolongó hasta que a finales de abril, primeros de mayo, completamos esa inolvidable temporada con el segundo título consecutivo de la Copa de la UEFA. El mismo día que el Madrid barría al Colonia en el partido de ida, ganándole por 5 a 0 en el Santiago Bernabéu, Marino Lejarreta vencía en la cronoescalada al Alto del Naranco de la octava etapa de una Vuelta que dominaba Robert Millar. De lo primero tengo vívidos recuerdos, lo segundo he tenido que comprobarlo en la wikipedia.

Por si este éxtasis madridista fuera poco, aquel año volvía a haber Mundial de fútbol, en México. Habían pasado dos años de la derrota en la final de la Eurocopa contra Francia, esto unido a la presencia masiva de jugadores del Madrid en la selección multiplicó mi implicación en aquel campeonato que estaba a punto de comenzar. En este estado de cosas, resultaba muy difícil no focalizar la atención en el fútbol y distraerla de cualquier otro evento, por magno que éste fuera. Además, a ello contribuyó el devenir de la Vuelta misma. Con Perico Delgado casi descartado desde la contrarreloj de Valladolid de la undécima etapa y con la carrera convertida en un mano a mano entre Álvaro Pino y Robert Millar, con Kelly y Dietzen como alternativas más reales, fui perdiendo interés progresivamente en ella y aunque prefería que ganase el gallego, lo que yo de verdad deseaba es que España culminase mi año grande con el título mundial de fútbol.

No fuimos campeones, todos lo sabemos y aunque los que lo vimos no olvidaremos jamás la noche de los cuatro goles de Butragueño a Dinamarca, la historia de aquel mundial nos reservó nuestro espacio favorito: los cuartos de final como tope.

Me había desentendido de la Vuelta por una promesa insatisfecha así que, desencantado volví mi vista de nuevo al ciclismo en el mes de julio. A partir de entonces, encontrar consuelo en el ciclismo a los múltiples sinsabores que la vida me reservaba se convirtió en una constante que alcanzaría dimensiones patológicas en algunos momentos. 

Chozas en el Granon, Tour'86
Fue un Tour extraño para mí. Era la primera vez que mostraba algo de interés por la carrera francesa, más allá de conocer el ganador final. Pero como nuestra querida televisión pública, la única, aún no la retransmitía y tampoco nos llegaban resúmenes nocturnos, tuve que recurrir a la radio y la prensa escrita para saber de lo que en aquel terreno "pseudoilusorio" que los mapas llamaban Francia, sucedía. Y sucedía que aquel fue un año sorprendentemente productivo para los españoles en el Tour. Hasta cinco victorias parciales cosecharon los nuestros y por alguna extraña razón fue la de Eduardo Chozas en el Granon la que más vívidamente quedó grabada en mi memoria. Los ecos de una cabalgada a la que la entusiasta narración de la radio dotó de un aire epopéyico aún resuenan en mi cabeza. Y me sorprende el hecho de recordar especialmente la de Chozas porque aquel año Perico ganó en Pau (si la memoria no me falla a Hinault) y aún más extraordinario fue que Gorospe, mi inestimable Julián Gorospe, ganase en Sait-Éttiene a cinco días de terminar la carrera. También Peio Ruiz Cabestany, para deleite de mi hermano, y Serrapio consiguieron su etapa. Álvaro Pino se hizo con el octavo puesto y una pregunta volvió a flotar en el ambiente como tres años antes lo había hecho y como lo haría tres años después: ¿hasta dónde hubiese llegado Perico si no…? Ya comenzaba Perico a apuntar las líneas maestras por las que habría de regirse toda su carrera deportiva, la incertidumbre de lo que pudo haber sido imponiéndose sobre la certeza de lo que fue. Una pájara descomunal en 1983, el fallecimiento de su madre en 1986, el irrepetible e incalificable despiste de Luxemburgo en 1989… la vida de Perico Delgado, al menos la deportiva, es un " lo que pudo haber sido" perpetuado a lo largo de sus doce años como profesional.

El caso es que algo había empezado a cambiar y no sólo en mi particular ánimo de aficionado. En el de otros muchos también aunque ninguno, creo, estábamos preparados para el espectacular cambio en la relación de fuerzas entre Vuelta a España y Tour de Francia que iba a producirse la temporada siguiente. Y en el vórtice de aquel ciclón se iba a situar Pedro Delgado, como casi siempre a lo largo de aquella década.

viernes, 16 de septiembre de 2011

aquella tarde de julio


Probablemente, si en algo coincidiremos Carlos Sastre y yo alguna vez, amén del año de nacimiento,  sea en elegir un momento de su vida deportiva. Aquella tarde del mes de julio del año 2008 en que sentenció el Tour de Francia con su ataque en el Alpe d’Huez.

Diferiremos sin embargo en los motivos que nos llevan a elegir ese instante sobre cualquier otro. Para Carlos el valor más allá del gesto deportivo, probablemente resida en lo que le permitió conseguir, en lo que ese ataque significó dentro del contexto de un Tour de Francia que acabaría ganando y de lo que esa victoria supone dentro de un contexto aún mayor que es el de su carrera deportiva. Para mí, sin obviar el hecho de que probablemente aquel día se vio al mejor Carlos Sastre de sus catorce años de profesional, el valor reside en una serie de acontecimientos relativos a mi ámbito privado pero a la vez íntimamente ligados a aquella etapa. 

Tomo prestada ahora una frase del final de Blade Runner, todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”. Bien, asumo que el paso de los años irá borrando de mi recuerdo momentos que ahora permanecen indelebles en mi memoria. Asumo que en un plazo de veinticinco o treinta años, a lo mejor he olvidado el ataque de Contador de este año en el Galibier o incluso confunda y mezcle en mi memoria la visita al bosque de Arenberg del pasado abril con la de 2008 o con otras que estén por venir. Lo confundiré, probablemente lo olvide igual que ahora mismo hay momentos de mi vida perdidos para siempre en la negra noche de los tiempos. Y sin embargo me cuesta creer que algún día habré olvidado aquella tarde del 23 de julio de 2008. 

Sastre a la "puerta de casa"
La hora exacta no puedo precisarla ¿Las cuatro y media? ¿Las cinco? No mucho más pronto, desde luego no más tarde. Hace menos de veinticuatro horas que mi hermano, mis padres y yo nos hemos instalado en una pequeña y acogedora casa alpina a unos metros de la pancarta de 5 kilómetros a la cima de Alpe d’Huez. Esa misma mañana, mi hermano y yo hemos completado por segunda vez en nuestra vida, la ascensión a Alpe d’Huez, dos años después de haberlo visitado por vez primera. Comemos pronto con el rumor de la retransmisión de la etapa a través de la televisión francesa como ruido de fondo. Los corredores están transitando la Croix de Fer. En un rato estarán a pie del Alpe, a menos de diez kilómetros de donde estamos ahora mismo así que nerviosos y excitados recogemos rápido y salimos a esperar el paso de la carrera. El tiempo se ralentiza bajo un sol que castiga sin abrasar, pasa la caravana publicitaria como una suerte de cabalgata de Reyes, reparte regalos y genera expectación, ya no queda mucho para ver a los ciclistas. Un espectador aguarda con un transistor por el que se  informa de cómo viene la carrera. No entiendo absolutamente nada de lo que dicen por la radio… hasta que entiendo sólo dos palabras: Carlos Sastre. Corro un momento al interior de la casa y veo en la televisión que Sastre es cabeza de carrera en solitario. Vuelvo a salir y un poco más tarde nos llega el rumor sordo que poco a poco se transforma en rugido. Están aquí ¡Ya vienen! Motos, coches de organización… parafernalia que se transforma en liturgia. ¡Ahí está, es Carlos, Carlos Sastre! Pasa en cabeza, con su gesto característico, acompasando la respiración, con buena cadencia. Mi padre saca la foto que acompaña a este post. Sastre se va, gira ligeramente a la derecha y le perdemos. No tomamos referencias pero nos parece una vida lo que tardan en llegar el resto de favoritos. No hay duda, Carlos va a ganar en el Alpe y parece seguro que se pondrá líder.

No queremos saber nada más. En Madrid nos espera un vídeo con las tres etapas alpinas y queremos verlo sin saber absolutamente nada del desarrollo de la carrera. Sin embargo, un pequeño indicio en forma de anécdota nos dará pistas dos días más tarde. Aquel verano recorrí media Francia, no es hipérbole, de Normandía a los Alpes pasando por París, y en cada sitio que paramos busqué el maillot amarillo del Tour, supongo que el capricho insatisfecho del niño que un día quiso ser Perico Delgado. El caso es que la tarde que llegábamos a Alpe d’Huez, en una tienda en Bourg d’Oisans, por fin encuentro el maillot anhelado, de mi talla y a un precio razonable. Es el maillot con el que la mañana siguiente subiré el Alpe y con el que tres días más tarde afrontaré nuestra ascensión al Galibier, donde un cicloturista francés nos dará ese pequeño indicio de lo que ha sucedido en el Alpe, en el Tour, cuando al adelantarnos nos salude con un cómplice “bonjour, Carlos”. Llevo el maillot amarillo, soy el líder del Tour, es decir, Carlos Sastre.

Aquel fue el último verano que pasé con mi padre. Ya no habrá otros. Ayer, cuando supe que Carlos Sastre se retiraba, la primera imagen que me vino a la cabeza no fue de Carlos, fue de mi padre, esperando el paso de la carrera con su cámara de fotos y su gorrito con el estampado del maillot de la montaña que había recogido de la caravana publicitaria. Fue una tarde de julio de hace tres años y conforma una estampa casi familiar que permanece detenida en el tiempo para siempre y de la que Carlos Sastre forma parte como uno más de manera muy vívida. Por eso, cuando ayer supe que Carlos se retiraba sentí una punzada un poco más dolorosa que ante la retirada de cualquier otro ciclista. El adiós de Carlos simboliza, para mí, no sólo la despedida de un ciclista al que he respetado más que admirado, también escenifica a la perfección el discurrir de sentido único de la vida de cualquiera de nosotros, el inexorable paso del tiempo y lo vano que resulta resistirse a ello, lo estéril que resulta intentar retener cualquier lágrima en mitad de la lluvia.

Pese a todo y quizá por todo eso, gracias Carlos.

martes, 13 de septiembre de 2011

el ciclismo que soñé (y 2)

Viendo el pasado Tour de Francia pensé, no soy capaz de recordar a cuenta de qué, supongo que a propósito de la enorme diferencia de equipo, o al menos de prestaciones, entre Leopard y Saxo Bank, en esas grandes escuadras tipo US Postal de la era Armstrong o el Astana de 2009 capaces de bloquear una carrera durante días merced a su enorme potencial. Entiendo que un aspirante al triunfo final en una Grande desea rodearse del equipo más potente que le sea posible para con ello minimizar al máximo el efecto de las múltiples variables, sobre todo las adversas, que pueden surgir a lo largo de la disputa de cualquier competición. Pero estas situaciones está claro que ejercen un efecto negativo sobre la emoción que una carrera incierta puede generar y por tanto en contra del espectáculo. Y ya creo que ha quedado claro la necesidad que de convertir el ciclismo en un espectáculo hay por lo que mi propuesta sería reducir la participación en las Grandes Vueltas de nueve a siete corredores por equipo. Esto, además de dificultar estas situaciones de bloqueo, tendría otros efectos colaterales que también considero beneficiosos. El primero sería relativo a la seguridad de los ciclistas. Siempre que sobrevienen desgracias, y este año, maldita sea, las hemos tenido, hay alguien que apunta lo problemático que puede llegar a ser un pelotón de 200 corredores en el que todos necesitan, ni siquiera desean, estar en cabeza de pelotón. Por otro lado permitiría incrementar la cifra de equipos participantes. Para visualizar esto mejor, valga un ejemplo: en el último Tour de Francia tomaron la salida 22 equipos lo que, a 9 corredores por cada uno supone un total de 198 corredores. 25 equipos con 7 corredores cada uno supondría un pelotón de 175 corredores. Son 23 corredores menos y sin embargo 3 escuadras más cada una de ellas con sus propios intereses. Me parece evidente que estaríamos ante situaciones de carrera mucho más interesantes desde el punto de vista del espectador que con la actual estructura.

Relacionado con este tema me gustaría además apuntar la posibilidad de reducir el cupo máximo de corredores por plantilla de 30 a 25. Esta medida tendría una doble finalidad que sería por un lado dificultar la creación de superequipos que si bien tendrían más problemas para bloquear una carrera concreta con la norma de los 7 corredores,  encontrarían menos inconvenientes a la hora de acaparar figuras en plantilla. Por otro lado podría generar una dinámica favorable para que más patrocinadores se acercasen al ciclismo animados por la posibilidad de tener buenos corredores en sus equipos y de resultar competitivos en las pruebas más importantes. Como guinda a esta medida adoptaría un concepto importado del deporte profesional americano y que se me antoja vital en cualquier deporte de equipo y es el Límite Salarial. Esto es, establecer un gasto máximo en sueldos de corredores que al igual que la reducción de las plantillas dificulte la creación de esos superequipos dominantes. En el caso de la NBA tengo entendido, no lo he comprobado, que si bien los equipos pueden sobrepasar ese límite salarial, cuando lo hacen están obligados a pagar el doble de la cifra en la que se han excedido a la propia NBA que reparte ese dinero de forma equitativa entre los equipos que no han alcanzado dicho límite. Estas medidas irían encaminadas a que en un plazo relativamente corto nos encontrásemos con un número de equipos considerablemente mayor al actual de un nivel muy parecido compitiendo por los mismos objetivos.

Cuando en 2004 se impulsó la creación del UCI Pro Tour, un terremoto sacudió los cimientos del ciclismo y no fueron pocas las voces que se alzaron en su contra. El invento, tal y como se concibió, resultó un fracaso estruendoso y cada año se ha ido matizando, “suavizando” diría yo, respecto a su idea original. El sistema de puntos establecido por la UCI para la temporada 2011 y con la que se regirá la sesión de 2012, supone un despropósito aún mayor en esta especie de huida hacia adelante en la que parece haberse instalado el máximo organismo del ciclismo. Sin entrar en muchos detalles, la información circula por la red para quien desee consultarla, diré que la idea de que los puntos pertenecen al corredor y no al equipo es simplemente descabellada. Y me valdré de un ejemplo para explicarlo. Philippe Gilbert, el corredor más laureado de esta temporada, confirmó en agosto su fichaje por BMC para el año 2012. ¿Por qué habría de llevarle Lotto a las carreras que restan desde ese momento hasta el final de temporada? ¿Acaso no sería más interesante para ellos intentar conseguir puntos con corredores cuya permanencia en el equipo sea segura de modo que los posibles puntos que se consigan sean para el equipo y más teniendo en cuenta que de esos puntos depende su permanencia en la élite ciclista el año próximo? En cualquier caso no tendría mucho sentido estar engordando la cuenta de puntos de otra escuadra. Y si la escuadra belga optase por no llevar a Gilbert a ninguna carrera más desde ese momento ¿no se estaría desvirtuando la competición? Porque entiendo que el caso de Gilbert es sólo un ejemplo y que esta situación podría repetirse con todos y cada uno de los corredores cuya marcha esté confirmada.

No creo que el UCI Pro Tour fuese un error absoluto y que el sistema de puntos sea descalificable per se. Al contario, creo que hay conceptos salvables en ambos sistemas por lo que mi propuesta pasaría en primer lugar por elaborar una clasificación de las carreras por categorías y establecer un sistema de puntuación para cada una de dichas categorías primando la victoria sobre cualquier otro logro, lo que evitaría que asistiéramos a ciertas tácticas rácanas encaminadas a defender un 10º puesto en una general final sobre el logro de una victoria parcial, por ejemplo. En base a ese sistema de puntuación se establecería una clasificación por equipos que determinaría el sistema de participación en las carreras. De esta forma nos encontraríamos, por ejemplo, que los 15 primeros equipos de la clasificación tendrían su plaza asegurada en las competiciones en las que solicitasen su inscripción, pudiendo disponer la Organización del resto de vacantes para cursar las invitaciones que considere oportuno. Si alguno de esos quince primeros equipos renunciase a su plaza en alguna carrera, ésta sería cubierta por el decimosexto clasificado y así sucesivamente. ¿Qué persigue esta medida? Por un lado la implicación de todos los equipos participantes en la disputa de la competición y evitar así situaciones tan absurdas como por ejemplo ver a Euskaltel un año si y otro también pasar sin pena ni gloria por la Paris-Roubaix mientras equipos belgas y franceses, mucho más identificados con la prueba se quedan fuera o el sangrante caso de la invitación a los Bouygues Telecom o Saur de turno a la Vuelta a España, donde su participación es residual siendo generosos, mientras que equipos como Caja Rural se quedan fuera.

Uno de los efectos colaterales más lamentables de la instauración del UCI Pro Tour fue, a mi parecer, la desaparición de la Copa del Mundo. Era esta una competición que conseguía despertar el interés de todos, desde aficionados a corredores pasando por sponsors y televisiones, dado que se disputaba a lo largo de toda la temporada y, sin restar un ápice de expectación a las grandes clásicas del calendario, incrementar el valor de alguna prueba menor que veía como corredores de primer nivel acudían a ella dispuestos a competir como si de uno de los 5 Monumentos se tratase, sabedores de que, si bien el prestigio de conseguir una prueba de estas era menor respecto a las Grandes Clásicas, el valor en puntos de cara a la Copa del Mundo era similar a cualquier otra. Entiendo que restaurar la Copa del Mundo sería un enorme impulso mediático para todas y cada una de las pruebas que la componen con la consiguiente repercusión positiva sobre aspectos publicitarios y de sponsorización.

Para concluir me gustaría hacer dos apuntes más. Al principio de esta exposición apuntaba la necesidad de convertir el ciclismo en un espectáculo que pueda ser vendido. Bien, llegados a este punto creo necesario, y este es uno de esos terrenos donde el firme se vuelve inestable bajo mis pies, que una vez que se haya cumplido la primera parte de la premisa, esto es, el espectáculo está ahí, se impone, para que esa “venta” sea rentable la necesidad de presentar un frente común ante ciertos agentes externos al ciclismo por lo que considero que resultaría muy interesante una negociación colectiva, con la AIOCC como cabeza visible, de los derechos televisivos de las pruebas. Viene esto a cuento de la sempiterna excusa de las televisiones para no retransmitir más que el Tour de Francia y la Vuelta a España, de que el ciclismo no es rentable. Bueno, cuesta creer que un deporte donde la inversión en infraestructura para su retransmisión (TVE sólo despliega medios para retransmitir las pruebas nacionales) es cero, de pérdidas. Fijándonos en el espejo del Mundial de Motociclismo nos encontramos con que, por contrato, las televisiones están obligadas a retransmitir en directo hasta los entrenamientos libres, por mucho que estos gocen de una audiencia residual respecto a las carreras. ¿Acaso es descabellado pensar que la AIOCC exija a las televisiones que compren los derechos para el Tour, el Giro o la Vuelta que hagan lo mismo con todo el calendario de clásicas y las principales pruebas de una semana con el compromiso de retransmitir al menos una hora diaria de cada una de ellas? Como decía antes, en este aspecto no estoy muy seguro de lo expuesto ya que desconozco como se negocian dichos derechos por lo que simplemente intento plantear un escenario posible y beneficioso para el ciclismo.

Y básicamente, esto es todo. Como ya dije al principio, entiendo que cada una de estas medidas puede tener un efecto negativo, lo tendrán, sin duda, pero sigo pensando que merece la pena intentarlo. También tengo claro que habrá más medidas y alguna aún mejor que estas, que son sólo unas pocas y las que a mi, como aficionado, se me antojan imprescindibles. Y por último tengo claro que algunas de estas medidas son inviables en el contexto en el que se mueve el ciclismo actual, con bandos atrincherados defendiendo su pequeño coto de poder frente a otras fuerzas exógenas así que mi optimismo relativo al futuro inmediato del ciclismo es moderado y de hecho no confío en que el verdadero problema de nuestro deporte se resuelva hasta que las estructuras ciclistas actuales no se derrumben bajo el peso de su podedumbre. Mientras tanto, seguiremos asistiendo a esta detestable lucha de poderes y, eso si, siempre, a la impagable lucha de los corredores, al fin y al cabo el ciclismo son ellos, en las carreteras.

lunes, 12 de septiembre de 2011

el ciclismo que soñé (1)

Vaya por delante antes de soltar los perros que lo que a continuación voy a detallar son tan sólo algunas propuestas para mejorar el ciclismo, que como tales son discutibles y probablemente no generen una mejora absoluta y por contra tengan algún que otro efecto negativo en otra parte, la teoría de la manta corta aplicada al ciclismo. Que si bien de algunas de ellas tengo la certeza de que suponen una mejora sustancial sobre lo existente, otras me generan más dudas aunque creo que merecería la pena al menos que se comprobase su eficacia poniéndolas en práctica durante un tiempo. Y vaya por delante, sobre todo, que como mero aficionado soy ajeno y por tanto desconocedor de ciertas dinámicas internas del ciclismo por lo que el patinazo en algunas de las cuestiones que pretendo plantear puede ser mayúsculo pero como no me mueve otro interés que no sea aportar ideas para la mejora del ciclismo no me causa el menor pudor quedar retratado como el profano que soy.

Antes de adentrarme en el desglose de las medidas a tomar querría aclarar que todas ellas nacen de una reflexión en cuya génesis se encuentra una idea de la que no voy a cometer la imprudencia de apropiarme y no es otra que la concepción del deporte profesional no sólo como tal si no también como un espectáculo que necesita del consumo de masas para existir. Y en el caso del ciclismo este axioma adquiere una dimensión vital pues si en otros deportes la existencia de patrocinadores delimita COMO va a existir ese deporte, en el ciclismo directamente determina su existencia. Sin patrocinadores no existiría el ciclismo profesional. Ahora bien, ¿qué tiene que ofrecer el ciclismo para que un patrocinador decida invertir su dinero en él? Parece evidente que la posibilidad de rentabilizar su inversión en forma de publicidad, que en este caso concreto se obtiene a través de su aparición en los medios de comunicación, sobre todo en televisión. Llegados a este punto cambiemos de actor y pensamos como responsables de una cadena televisiva. ¿Por qué dar ciclismo? A esta pregunta, por desgracia, sólo puede responderse de una manera: porque tiene audiencia. ¿Y por qué va a tener audiencia el ciclismo? Hablo de España, el país que conozco, asumiendo que más allá de nuestras fronteras las cosas son distintas y que en Bélgica, Holanda, Francia o Italia la afición al ciclismo está mucho más consolidada. En España cualquier deporte sólo interesa cuando hay una figura de nivel mundial. El ejemplo más gráfico resulta la Formula-1. Hasta la aparición de Alonso la afición por este deporte era residual y sé de lo que hablo pues yo debí de ser de los pocos que se indignó cuando en los años previos a la aparición de nuestro insigne asturiano el mundial ni siquiera fue televisado. Sin embargo ahora todo el mundo sabe de Formula-1 y las cadenas privadas se pegan por sus derechos televisivos. Es decir, si tuviésemos una figura de nivel mundial, en teoría, el ciclismo debería atraer masas de espectadores ávidos de la gloria nacional. Sucede que el mejor corredor del mundo, al menos el mejor en las Grandes Vueltas es español. En el año 2008, por ejemplo, Alberto Contador ganó Vuelta al País Vasco, Giro y Vuelta a España, Alejandro Valverde la Lieja y Dauphiné, Carlos Sastre el Tour de Francia y Samuel Sánchez el Oro Olímpico. Este hito no tenía precedentes en la historia del ciclismo. Es decir, no sólo el mejor corredor del mundo es español si no que hay al menos media docena de corredores españoles entre los mejores. Siguiendo con el símil de la Formula-1 es como si además de Alonso, Massa, Webber y Button fuesen también españoles. ¿Entonces por qué el ciclismo no resulta tan atractivo para las cadenas de televisión? A esta incógnita sólo se me ocurre responder que el ciclismo no sabe venderse a sí mismo como el espectáculo que puede llegar a ser. Y es ésta, en definitiva, la causa última que me lleva a reflexionar sobre las medidas que, creo, convertirían al ciclismo en algo mucho más atractivo para el espectador y por tanto para televisiones y patrocinadores.

Mucho se ha hablado de los escándalos de doping como el germen de todos los males del ciclismo. Incluso desde algunos estamentos se abanderan cruzadas con el advenimiento de una tierra prometida de una pureza competitiva sin igual como fin único. No seré yo quien exculpe a los tramposos y quien menosprecie el efecto de estos escándalos en el ánimo de los posibles patrocinadores pero si me permito relativizar su influencia como origen único de estos males. Es más, me atrevería a asegurar que las luchas de poder entre UCI, Federaciones nacionales y AIOCC (Asociación Internacional de Organizadores de Carreras Ciclistas) tienen tanta o mayor responsabilidad en esta situación porque no es el ciclismo el deporte más corrupto y ni mucho menos el único pero si debe de ser de los pocos en que sus propios responsables airean sus vergüenzas a los cuatro vientos en aras de no se sabe muy bien qué. Así que llegados a este punto propongo dos de mis soluciones.

Por un lado una separación perfectamente delimitada entre las funciones de cada uno de los estamentos con la UCI y Federaciones actuando como meros árbitros de cada competición y jamás interfiriendo en aspectos organizativos de las mismas (salvo en los Mundiales), dejando este aspecto (diseño de recorridos, sistema de invitaciones, etc…) a la AIOCC. Sería interesante además que el papel de este organismo, la AIOCC, adquiriese mayor relevancia y que en definitiva, resultase el órgano supremo encargado de elaborar el calendario anual de carreras.

En cuanto al doping lo primero que habría que hacer es asumir un principio fundamental que no es otro que la existencia inherente a la competición de los tramposos. Allá donde exista una norma encontraremos a alguien intentando saltársela por lo que el doping es imposible de erradicar. Siendo así, sólo cabe disuadir al tramposo de lo poco rentable que puede resultar infringir las leyes si al final es pillado. Pero aquí ha habido un error garrafal, a mi entender, desde que comenzó la cruzada contra el dopaje y es el error mayúsculo de considerar al ciclista el único culpable de estas situaciones por lo que creo que resulta imprescindible, si lo que de verdad se desea es ponerle fin a este tipo de conductas, otra cosa es que todo esto no sea más que una mascarada con fines políticos, imponer sanciones a directores y médicos. Si un ciclista es sancionado dos años por dopaje, la pena no me parece mal, incluso tres años me parecería justo, esa misma sanción debe ser aplicada al menos sobre el director del equipo y en algunos casos concretos sobre los médicos. Entiendo que éstos se defenderán diciendo que no pueden responsabilizarse de lo que los corredores hagan cuando están fuera de competición por lo que incluiría aquí la única excepción a la norma de la sanción a directores y médicos que sería para aquellos casos en los que el dopaje se detecta dentro del propio equipo y es éste el que lo denuncia. Si así fuese, quedaría probado, entiendo yo, el compromiso del equipo con la limpieza de la competición y por tanto sería eximidos de toda culpa. Cualquier otro escenario supone, en el menor de las casos, un grave acto de negligencia profesional que considero razonable sancionar. Por otro lado se me antoja imprescindible, sobre todo en un primer estadio regenerativo de la credibilidad del ciclismo, que los procesos sancionadores sean absolutamente privados hasta que la sentencia sea firme, esto es, evitar el enjuiciamiento público de cualquier corredor por una mera sospecha de dopaje. El caso de Contador o Mosquera, por no retrotraernos más en el tiempo son un magnífico ejemplo de como generar un despropósito absoluto de algo que debería haber sido resuelto en privado y en un lapso de tiempo mucho menor.

Otro de los aspectos que ha generado más polémica en los últimos años respecto a su utilización o no en carreras ciclistas son los llamados “pinganillos”. Pertenezco al sector de los que piensan que estos aparatitos han matado en cierta forma el espectáculo minimizando la posibilidad de que se den situaciones de carrera caóticas y descontroladas donde sea la inteligencia del corredor y su capacidad de tomar decisiones por si mismo lo que determine el desarrollo de la carrera. Pero como monto en bici entiendo la reivindicación que los corredores hacen del pinganillo como elemento de seguridad (aunque me gustaría recordarle a alguno de estos adalides de la seguridad que entrenar con casco y no con gorrito de lana también es seguridad) por lo que propongo que se mantenga el pinganillo pero en su papel de garante de la integridad física de los ciclistas. ¿Cómo se conseguiría esto? Pues siendo elementos afines a la organización los únicos con posibilidad de transmitir información a través de dichos aparatos, es decir, los directores no tendrían posibilidad de controlar la carrera desde el coche sólo con la radio pero la seguridad de los ciclistas respecto a cualquier posible incidencia o riesgo con el que pudiesen encontrarse en el trazado sería al menos tan grande como la existente ahora mismo.

(continuará...)