viernes, 13 de noviembre de 2009

Plan Lachat hall of fame (I): Alfredo Binda, el primer “campionissimo”

Le apodaban La Gioconda, por su sonrisa perpetúa decían unos, por su eterna y sobria elegancia sobre la bici, contaban otros. probablemente por ambas cosas, así era la Italia de los años 20, los felices años 20, bipolar hasta la caricatura. De él quedan pocos testimonios gráficos, pocas fotos y, claro está, ninguna imagen de televisión. Su historia, pues, se asemeja más a las leyendas antiguas, transmitidas de boca en boca, repetidas y alteradas hasta la deformación, que a la veraz crónica periodística. Y sin embargo, algunos datos y algunos de esos hechos sucedieron realmente y son contrastables.

Oye uno hablar de Binda y lo primero que se le viene a la cabeza es aquella historia del Giro de 1930. Después de haber vencido en las ediciones de 1925, 1927, 1928 y 1929 consiguiendo además 27 victorias de etapa (en 1927 consiguió ganar en doce etapas, aún hoy y probablemente por siempre, permanece como el récord de victorias de un solo corredor en una sola edición del Giro), la organización se enfrentaba a un problema superlativo: nadie quería correr contra Binda y el Giro amenazaba con convertirse en un monólogo de Binda año tras año. Desde los albores de la historia del ciclismo hasta la aparición de los equipos patrocinados por poderosas marcas comerciales, los ciclistas vivían en gran parte de los premios que obtenían en las carreras, por eso aquella forma de correr, con el cuchillo entre los dientes, sin tregua. Tu sueldo era tu posición en la carrera. Y nadie quería ser segundo. Los coetáneos de Binda debieron de echar sus cálculos y concluirían que les salía más rentable ir a competir en carreras menores, con premios menos cuantiosos, si, pero más fáciles de obtener. Correr contra Binda era un mal negocio siempre.

La decisión de la organización del Giro probablemente sea un hecho insólito en la historia del ciclismo: se le pidió a Alfredo Binda que no acudiese a la salida del Giro y para “persuadirle” se le recompensó abonándole el dinero equivalente a haber ganado todas las etapas. Binda no corrió aquel Giro, no terminó el de 1931 y volvió en 1933 para conseguir su quinta y última victoria, además de la general de la montaña y 6 victorias parciales más.

De Binda se cuenta que aunaba el sueño quimérico de cualquier ciclista: gran escalador, le apodaron también el Señor de las Montañas, y excelente rodador. Insuperable en cualquier terreno y con un apetito voraz por la victoria. Son estas afirmaciones las que uno decide creer (o no) pero que no puede saber cuanto tienen de verdad y cuanto de leyenda engordada por el paso del tiempo.

¿Fue Binda tan excelso? quién sabe. Lo que es menos cuestionable es el dominio que ejerció en Italia al final de aquella extraña década de entreguerras. Algunas de las marcas de Binda de entonces son hoy records no superados. Otros, como el de victorias de etapa acumuladas en el Giro tuvieron que esperar 70 años para ser batido (hasta 2003 nadie consiguió superarlo).

Binda ganó 3 veces el campeonato del mundo (fue el primero) y sólo Merckx, Van Steenbergen y Freire han podido igualarle. A sus cinco victorias finales en el Giro, sólo El Caníbal y el Gran Campionissimo, Fausto Coppi han podido llegar. Este último es el único que tiene más Giros de Lombardia, cinco. Binda ganó cuatro y nadie más tiene tantos. En 1929 ganó ocho etapas del Giro de forma consecutiva, nadie volvió a repetir esta hazaña. En aquel trienio irrepetible que fue de 1927 a 1929, obtuvo 26 victorias de etapa sobre 31 posibles. Si pocos corredores han ganado más que Binda, probablemente ninguno haya perdido menos veces que aquel varesino que ha quedado para la historia de este deporte como el primer gran dominador, el primer corredor eterno cuyos logros trascienden su tiempo y perduran para siempre en la memoria colectiva, convirtiéndolo en leyenda ochenta años más tarde.

jueves, 5 de noviembre de 2009

la caída de las hojas, el comienzo del viaje

Al Giro de Lombardia, ocaso formal de la temporada ciclista, se la conoce desde hace tiempo (¿quién le puso el nombre? ¿cuándo?) con el muy lírico y no menos sugerente nombre de la clásica de las hojas muertas. Es una de las escasas carreras que se disputa en otoño, cuando los árboles amarillean y las hojas, donde corresponda, se caen y, al margen de los curiosos inventos de la UCI, pone punto final a un año de bicis.

Sociólogo sin licenciar y globero de fin de semana, administrativo sin vocación (¿existe la vocación de administrativo? lo dudo) y espectador devoto de cada carrera que nuestros mass-media tienen la gentileza de retransmitir. Estas son mis credenciales, mis pequeñas victorias en la vida y en el ciclismo. Pero el afán de superación, los nuevos desafíos también pertenecen a los que sueñan en pequeño y el reto ahora es hacer realidad, una pequeña parte al menos, aquel plan extraviado de narrar la gloria que el destino, el azar, la vida, que cada uno elija su opción, tenía reservado a otros.

Con la caída de las hojas, con el final de la temporada, comienza este viaje que espero que, esta vez si, me lleve “más allá de Plan Lachat”.