Y por fin había llegado marzo.
Atrás iban quedando los días intrascendentes, días de frío invernal en los que
todo era aún remediable, en los que todo parecía aún demasiado lejos, o al
menos lo suficientemente lejos. Porque en marzo, aún habiendo espacio para lo subsanable, también hay carreras de esas que
a la mayoría del pelotón le pueden salvar una temporada. La primera, sin ir más
lejos, la París-Niza, que este año comenzaba el 6 de marzo.
Antes pudimos ver, por fin, al
Contador que más nos gusta, esta vez en la Vuelta a Murcia, versión reducida.
Con sólo tres etapas en disputa, Alberto logró la victoria en dos de ellas y, lógicamente la victoria en la general
final dejando la sensación de que su nivel de implicación en las carreras,
siendo siempre superlativo, se incrementa en relación directa con la dimensión de las
adversidades que aborda. Es Contador uno de esos deportistas, extraña
especie, cuya figura adquiere mayor magnitud cuanto mayor es el desafío, como
si competir contra sí mismo le resultase incómodamente fácil y necesitase desafíos aún más grandes.
El día antes del comienzo de la
París-Niza se corrió la Eroica, esa carrera que nació clásica hace tan sólo
unos pocos años, exudando desde sus primeros suspiros el aroma de las viejas
carreras que forjaron la épica de este deporte en tiempos remotos. Este año el
vencedor fue Gilbert, el inefable Philippe, como no, que proclamó su supremacía
sobre el sterrato de la Toscana
mientras otros comenzábamos a entrever lo que podía suceder en las Ardenas un
mes y medio más tarde.
Y llegó la París-Niza, y de los
tres ocupantes del podio del año anterior sólo pudimos ver a uno tomar la
salida. Con Contador improvisando su temporada casi al día, viviendo de las
noticias que la UCI, fiel garante de este deporte porque así se autoproclama,
iba filtrando y con Valverde, el segundo de 2010, sancionado por su ¿positivo?
de 2004 (sic), sólo Luis León Sánchez, flamante líder de Rabobank y ganador de
la edición de 2009, acudió a Houdan,
lugar de inicio de la carrera. No fue la Paris-Niza más
trepidante que
uno recuerde, desde luego y quizás el hecho de que la única crono, de
veintisiete kilómetros, determinase el podio final sirva de muestra
sobre lo
disputada que fue la Carrera del Sol en su edición de este año, que
acabó con la victoria del alemán Tony Martin, otra muesca en su cinturón
de contrarrelojista.
Tres días después de comenzar en
Francia la primera gran vuelta de una semana del calendario, empezaba en
Italia, en Marina di Carrara, la segunda, la Tirreno-Adriático, probablemente la
carrera por etapas más importante de Italia después del Giro. Tiene algo la
Tirreno de los últimos años que la asemeja, sino en recorrido, sí en espíritu
al menos, a la Corsa Rossa. Quizá sea
ese espíritu indomable y guerrillero de los que toman parte de la prueba o esos
recorridos enrevesados, llenos de pequeñas trampas en lugares insólitos. El
caso es que, como sucede con sus hermanas mayores, Giro y Tour, uno tiene la
sensación de que más allá del prestigio que puedan reportar cada una de ellas al
vencedor, es en la carrera italiana donde de verdad está el espectáculo en esos
primeros días de marzo, salvo que Contador diga lo contrario, claro está.
Scarponi derrotando a Cunego en la exigente llegada de Chieti, Gilbert haciendo
lo propio con Poels y el mismo Cunego al día siguiente en Castelraimond, Evans
veinticuatro horas después en Macerata o Cancellara poniendo el uno en su
contador de victorias contra el crono el último día, fueron los momentos
cumbres de una carrera que acabó ganando Evans y quien esto escribe reconoce
que no vio más que una feliz casualidad en la victoria del australiano, la
consecuencia lógica de sumar determinadas situaciones de carrera en las que el
computo global acabó favoreciendo al corredor de BMC como podía haberlo hecho
con Gesink, segundo por once segundos en la general final, o Scarponi, tercero
a quince segundos. Era aún y lo fue hasta que la realidad se volvió
irrefutable, sólo uno más de los candidatos al podio de París allá por finales
del mes de julio.
Steegmans se impuso en la Nokere
y Schets inauguró el palmarés de la Handzame, ambos belgas reinando en clásicas
belgas mientras Westra y Voeckler conquistaban el Loira. Y ya en el último
tercio del mes de marzo apareció la primera, por orden cronológico dentro del
calendario, también por antigüedad, de las vueltas por etapas de nuestro país,
la Volta a Catalunya, donde de nuevo Contador, con un único y certero disparo,
en la cima de Vallnord, consiguió la victoria en la general final por delante
del rocoso Scarponi, que deuda tan inmensa la del ciclismo con este inasequible
guerrillero de lo fútil. Cuantas batallas libradas para tan poco gloria,
convendrá recordarle en el futuro pues lo merece. Tres vueltas por etapas
disputadas, tres victorias parciales y dos generales finales era el deslumbrante
balance que presentaba Contador con apenas un mes de competición.
En la Dwars door Vlaanderen ganó
Nuyens y a nadie le pareció que aquello significase nada especial pero sin
embargo muchos pensamos que la victoria de Cancellara en el E3 Prijs presagiaba
otra primavera gloriosa en el norte de Europa para el Expreso de Berna, a imagen y semejanza del histórico doblete de
2010 aunque viendo a Boonen imponerse en la Gante-Wevelgem unos días después lo
que de verdad creímos entrever era la lucha colosal entre dos gladiadores, dos
corredores cuya presencia no hacer sino engrandecer las victorias del otro a
mayor gloria de las carreras donde miden sus fuerzas. Digámoslo ya, recordaremos
toda la vida a Fabian y Boonen.
ASO planeó un recorrido
muy
similar al del año pasado en el Critérium Internacional, donde se impuso
Fränk
Schleck haciendo valer su victoria en solitario en el Col de l'Ospedale,
repitiendo el guión
que Fedrigo había interpretado el año anterior. Y en la última carrera
del mes,
también en Bélgica, los 3 Días de la Panne, Rosseler le dio una victoria
más a los anfitriones, ésta por delante de Westra, a quien le remontó
en la crono vespertina
del último día, los ocho segundos con los que el holandés llegaba
después de
haber sido segundo el primer día. Bélgica era, hasta ese momento, la
gran triunfadora de la primavera.
Había terminado marzo y nosotros, en nuestra particular temporada,
seguíamos acumulando kilómetros y ascensiones. Navafría y Navacerrada en sus
vertientes madrileñas fueron los escenarios elegidos para ir midiendo nuestros
progresos y lo cierto era que el resultado resultaba esperanzador. Quedaban casi cuatro
meses para nuestra cita con el Galibier y las sensaciones eran de estar
transitando el camino correcto.
Pero lo más importante
que nos
sucedió en ese mes fue que se concretó aquella quimera de finales de
febrero.
El viaje a París no sólo estaba en marcha, en aquel mes quedó cerrado y
delimitado de modo que lo ilusorio se volvió palpable, adquiriendo la
textura y
la dimensión de lo real. Cuando uno empieza a plantearse que ropa tendrá
que
llevarse a un viaje o como se va del aeropuerto al hotel, se da cuenta
de que lo prosaico
tiene la cualidad de darle una dimensión muy real a lo que una vez era
sólo una quimera. París, Arenberg, Roubaix... nos esperaban apenas diez
días después.
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