martes, 22 de noviembre de 2011

esto se para... por ahora (y V): 3 días de mayo


Tres días de mayo. Tres instantes diferentes que lo cambiaron todo. Para tantos.

Recuerdo bien la mañana del siete de mayo, sábado. Había quedado con mi hermano para salir con la bici, como ya conté en otra entrada. Llovía. O había llovido, qué más da. Y lo que era seguro: iba a llover a lo largo de toda la mañana. Mientras desayunaba miré la predicción del tiempo para el día siguiente, domingo, ocho de mayo. Cielos despejados, probabilidad de lluvia despreciable. Llamé a mi hermano y le propuse posponer la salida 24 horas. Nunca hemos huido de la lluvia, ni siquiera de la nieve, pero a esas alturas de año cualquier remojón es ya un remojón de más. Has agotado tu paciencia con la lluvia, el agua ha quedado fuera de la ecuación. Aceptas el aire, te resignas al polen… ¿pero un chaparrón en mayo? No, eso no forma parte del trato. Y menos si en menos de 24 horas tienes la promesa de sol y temperatura agradable.

Así que aplazamos nuestra salida. El ocho de mayo si amaneció más soleado, algo fresco pero soleado. Hicimos el camino de ida, en este caso desde Cantoblanco y paramos en Soto del Real al café de rutina antes de emprender el regreso. Llegando a Tres Cantos, mi hermano sufrió la caída que ya he contado y que aparentemente resultaba intranscendente pero que le provocó un intenso dolor en la zona lumbar. Para descartar cualquier lesión grave decidimos ir a Urgencias. Después de unas cuantas horas de incertidumbre y confusión, por fin supimos que era lo que tenía: fractura de la tercera vértebra lumbar. Recuerdo que me dejaron pasar a verle y cuando entré en el cuarto donde le tenían esperando, aún vestido de ciclista y tumbado de lado en la camilla, lo primero que me dijo fue "Despídete del viaje a Francia". Me recuerda su reacción a la típica del ciclista que segundos después de levantarse de la más aparatosa caída, lo primero que hace es ir en busca de su bici para reemprender la marcha. Así es este bendito virus del ciclismo. Y no es que en ese momento me importase demasiado el viaje en comparación con la salud de mi hermano, claro está, pero en las siguientes horas si que pensé bastante a menudo en como todos nuestros planes habían saltado hechos trizas por los aires en un segundo, en como los meses de dedicación y los kilómetros hechos habían resultado ser vanos. Y me consta que mi hermano aún le dedicó más tiempo a este tipo de pensamiento tan estéril como inevitable y que consiste en torturarse buscando cada uno de los instantes en que la historia pudo haber salido de forma diferente, "y si en vez de...". Tuvimos alguna conversación sobre el tema y comentamos que forma parte de las reglas de este deporte y de hecho traté de hacerle ver que lo raro es que en seis años no nos hubiese pasado nunca nada. También le recordé una frase que le encanta de la película Batman Begins y que él ha usado en mitad de alguna tempestad para levantarme el ánimo. "¿Por qué nos caemos, Bruce? Para aprender a levantarnos". Sí, de esta nos levantaríamos aún más fuertes.

El nueve de mayo le dieron el alta a mi hermano después de pasar una noche ingresado, en observación. Comí con él y me fui a trabajar. Cuando regresé, cerca de las siete de la tarde, mi madre me preguntó que si me había enterado de "lo de ese chico belga". Ese "chico belga" resultó que eras tú, Wouter. Y "lo tuyo", bueno, "lo tuyo" ya sabemos todos lo que es así que no hace falta nombrarlo. Era una casualidad estúpidamente macabra y si,como conté en la entrada que esa misma noche escribí para este blog, cuando uno de los nuestros cae, nos recuerda de la forma más cruel posible lo mínima que es la distancia que nos separa de ser uno de los caídos, ese vértigo se multiplica ad infinitum cuando tan sólo unas horas antes eres tú, o tu hermano que para el caso somos la misma persona, el que ha sufrido una lesión y es inevitable pensar "pudo haber sido peor" y corres a firmar tablas con la suerte.

Pasaron dos semanas, mi hermano se fue habituando al corsé que tendría que llevar unos meses aún y los dos empezábamos a planificar ya nuestro viaje a Francia para el verano de 2012. Sólo quedaban un año y un mes y el ánimo no tiene período de convalecencia. La mañana del veintitrés de mayo, otro lunes, fui a su casa, no recuerdo a qué, seguramente sólo a verle, aún no podía salir a la calle. Estuvimos desayunando y cuando volvía en coche a casa me llamó. ¿Sabes para qué, Xavi? Claro que lo sabes, vaya tontería. No era capaz de creerlo. Ni quería.

Recuerdo que durante muchos días, semanas tal vez, pensaba muy a menudo en que mi hermano había tenido mala suerte. Luego empecé a pensar que a lo mejor era buena suerte, igual que yo la tuve hace catorce años, quizá más que él aún cuando de todo lo que pudo haber pasado sólo ocurrió que un coche me arrolló por detrás. En cualquier caso ahora creo que los dos tuvimos algo de buena suerte. Y ahora que el invierno se acerca y que en menos de dos meses estaremos en 2012, hemos empezado a planificar ya el viaje del próximo verano. Estamos buscando casas en los Alpes, saliendo a entrenar para que mi hermano vaya cogiendo la forma poco a poco, con tiempo, decidiendo si es mejor repetir la preparación del año pasado o cambiar algo… y mientras todo esto sucede no puede dejar de pensar, otra vez, en la suerte que tenemos de tener una segunda oportunidad. La misma que os faltó a vosotros dos. Y no puedo pensar en una sensación más agridulce e injusta que ésta, sentirse afortunado por oposición a la desventura de otro.

Puede que al final tampoco podamos ir el año que viene a los Alpes, algo de lo que he aprendido estos tres últimos años es que conviene no dar nada por definitivo hasta que esté teniendo lugar. Pero puede que sí. En cualquier caso, si no es este año será otro porque mientras respiremos nos quedará la esperanza y el deseo de hacer realidad este tan absurdo como irrenunciable sueño. Y una cosa dar por supuesta los dos, cuando ese día llegue, el día en que nos retorzamos en las rampas del 10% que hay más allá de Plan Lachat y por fin estemos en la cima del Galibier, vosotros,vuestro recuerdo, vendrá con nosotros todo el rato, aunque sólo sea porque la proximidad en el tiempo de vuestras desgracias personales al accidente de mi hermano nos ha unido a los cuatro en un único propósito que es aprovechar esa segunda oportunidad. A hacer que merezca la pena.

Por cierto, Contador ganó el Giro que no visteis acabar. Luego no pudo repetir en el Tour, que fue para Evans. En la Vuelta nos llevamos un sorpresón con la victoria de Cobo y en el Mundial Cavs no dejó opción a nadie y ya tiene su primer Campeonato del Mundo. Gilbert llegó un poco fundido a final de año y no pudo repetir en Lombardía aunque se exhibió en la Ciudadela de Namur, que lugar tan espectacular para terminar una prueba. Pasaron muchas más cosas pero sinceramente, todo lo que sucedió después de aquellos tres días de mayo tiene un valor relativo, al menos para mí.

Y nada más. El 1 de enero a buen seguro que haremos un "reset", como todos los años y pondremos nuestros cuentakilómetros a cero, los de la bici y los otros, y los viejos planes serán los nuevos proyectos, así debe ser, y las heridas que fueron se convertirán en las cicatrices que vendrán y que de vez en cuando nos picarán recordándonos, no sea que lo olvidemos, que la mejor forma de tener presente a los que ya no están es haciendo de su recuerdo el motor que nos impulse a dignificar todo aquello que hacemos, cada paso que damos, cada pedalada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario